sábado, 12 de julio de 2014

Relatos de un pescador afortunado: LA CARA Y LA CRUZ

                                                       LA CARA Y LA CRUZ

   
       Sucedieron los hechos relatados, el día 2 de enero de 2011 a las 11,45 horas y el día 9 de enero de 2011 a las 10,35.

     Aquella mañana el tiempo hizo una tregua y el sol aparecía con calidez entre las nubes aquietadas por la ausencia de viento. No había madrugado como otras veces, tampoco tenía planes preconcebidos, así que me dejé ir dando un paseo con el coche y como casi siempre acabé a la orilla del mar. En mí empezó a fluir la idea de acercarme a Monteferro, dar rienda suelta a mi instinto que me decía, que allí en “La Grande” tenía la oportunidad de rememorar antiguas jornadas de pesca. Dicho y hecho, a media mañana me dirigí con el todo terreno hacia el mar de Monteferro, para mí tierra de promisión.

        El oleaje era fuerte, fluido y constante, rompía duro pero con armonía, me gustaba el   desplazamiento runruneante de aquellas olas coronadas con una cresta blanca que al romper esparcían millones de burbujas, trasformando todo el ámbito en una zona privilegiada para la pesca. El mar pedía “chivo” y como consecuencia la necesidad de emplear un equipo potente. Cuando llegaba el invierno, la caña Nivaria de 3.90 adquiría el protagonismo perdido en las estaciones anteriores, su acción de 30 – 120 complementada de un Shimano Twin Power XT 8000, capaz de maniobrar con chivos de 80 gramos sin que el equipo sufriera por ello, demostraba estar en su salsa.  Los latigazos de la Nivaria lanzaban el señuelo a una distancia que triplicaba el lanzamiento del equipo más ligero que se emplea cuando las circunstancias son menos duras. El chivo como señuelo se defendía muy bien, volaba por encima de las olas, planeaba sobre estas estrellándose en la lejanía, cerraba el carrete a golpe de manivela, recogiendo con rapidez al principio para evitar su excesivo hundimiento, consiguiendo que este se deslizara entre las someras aguas, armoniosamente culebreaba con su cola de pelo de caballo simulando el nadar sinuoso de un pequeño pez provocativo y desvergonzado. Aquel ir y venir constante en busca del encuentro con la gran depredadora lubina, a medio recorrido acabó por producirse. El ataque fue bestial, la picada transmitió un salvaje tirón, la caña amortiguó las andanadas de un depredador fuera de lo común. Mi situación frontal en dirección al sentido de las olas y la distancia no mayor de 50 metros me favoreció. Aguanté el brutal ataque con entereza, la caña recogía y amortiguaba aquella fuerza brutal y demoledora, el carrete con su potencia me permitía jugar al vete ven, mientras esperaba el empuje de la ola para tirar en firme y obligar al robalo a practicar surf, deslizándolo de cresta en cresta hasta orillarlo sobre una piedra plana y pulida por las olas que allí rompen desde tiempos inmemorables, embarrigó con sus casi seis quilos varando sobre esta y terminó por deslizarse resbalando por su superficie hasta llegar a la altura de mis pies. Resultó cara.

        Después de ese día en que el mal tiempo dio una tregua, volvió a entrar procedente del Atlántico una profunda borrasca que hizo impracticable por unos días la pesca deportiva, pero el siguiente domingo día nueve el tiempo ofreció una nueva tregua, acompañado de mi vecino José volví a La Grande con la intención de repetir la experiencia pescando otro robalo. Dicho y hecho, con el mismo equipo, de la misma manera y en el mismo lugar, junto con José lo intenté durante más de media hora, mi fe me llevó a clavar un nuevo robalo, la picada no fue tan brutal como la vez anterior y al principio me desconcertó, pero cuando tiré en firme el animal respondió cabeceando con fuerza, la caña y el carrete respondieron con suficiencia y me ayudaron a enfilarlo hacia tierra, la picada esta vez se produjo cerca de unas piedras que por veces afloraban a mi izquierda y el mar era aún mas duro y fuerte que la vez anterior, me ví obligado a tirar de el en firme para salvarlo, agarré la manivela del carrete y recogí todo lo rápido que pude, gracias a esta maniobra salvé el robalo y lo acerqué a tierra, tanto fue así que lo varé igual que al anterior sobre la misma piedra, pero el exceso de confianza al echarle la mano y un golpe de mar que lavó en ese momento la piedra hizo que se me escurriera entre los dedos y lo perdiera. Resultó cruz.
   

1 comentario:

  1. Vasnos ter que facer un sitio unha mañá a Luís e a min para poder disfrutar un pouco. Moi bo relato.

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