domingo, 17 de febrero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL REY DEL UNIVERSO


                                                 EL REY DEL UNIVERSO
                                                         7-10-1995
 

       Aquella tarde de sábado del mes de Octubre de 1995, el día siete para ser más exacto, salí de casa, como otras tantas veces para ir a pescar, y no me solía ir mal a pesar de la poca experiencia acumulada, pero perseguía un sueño que se me resistía más de lo esperado. Aquella tarde al llegar al Portiño tuve el presentimiento de que, al fin, mi sueño podría cumplirse, mi bautismo de fuego. En el argot de los pescadores de caña, nadie puede considerarse “Pescador” con mayúsculas si no pescas un robalo de cuatro quilos o más. Llevaba ya algún tiempo acumulando trofeos menores, cientos de lubinas de entre un kilo y los casi cuatro, pero ninguna que sobrepasara la marca para satisfacer mi ambición.

     Cuando llegué la marea llevaba bajando cerca de tres horas, el cielo estaba despejado, corría una ligerísima brisa del sur y hacía una temperatura agradable. El mar rugía con fuerza, más que rugir roncaba, estrellándose acompasadamente contra las rocas. Me calcé las botas y me enfundé el traje de aguas, pues sabía que me iba a mojar. Crucé un pequeño canal, por donde discurrían como en un vaivén  las olas, formando una fuerte corriente que hacía dificultoso el acceso a la roca más grande que, con la marea llena quedaba aislada. Me encaramé en lo alto y estuve un rato observando cómo “trabajaba” el mar y dónde me podía situar de forma que tuviera seguridad y, al mismo tiempo, la mayor estabilidad posible. El mar reventaba por debajo de mis pies, levantando una cortina de agua que me salpicaba, el estruendo que hacía al batir contra la roca era acompasado, casi sonaba como un “rock duro”, la verdad que había momentos en que acongojaba, pero no me rajé y me concentré en lo que me había llevado hasta allí. Desplegué la caña y al ver la cantidad de pequeñas rocas, algas y el poco calado que había, me incliné por una cuchara Evy de 28 gramos como cebo, pues aunque no era santo de mi devoción, en tales circunstancias era lo más razonable, me dispuse hacer mi primer lance a una distancia aproximada de 60 metros, al contacto con el agua conté hasta cinco para que se hundiera como un metro y arranqué lentamente, recogiendo manivela de forma progresiva y acelerando a medida que el señuelo se venía acercando, para poder librar los obstáculos que en forma de piedras y algas me rodeaban, insistí en abanico y en la zona que yo adiviné, que había mas profundidad, lancé con toda la potencia que pude, al contactar el señuelo con el agua, arriesgué, y conté hasta quince, profundizando varios metros, arranqué con fuerza por miedo a perderlo, y cuando llevaba unos pocos metros recogidos, ¡zas!, picada descomunal. El carrete comenzó a “cantar”, la línea retrocedía y amortiguaba el impacto, desbloqueé el freno y apreté un poco el tambor de giro, tiraba como un condenado, le di un poco de cancha para que se fatigara, pero siempre manteniendo firme la línea levantando la puntera, para obligarle a boquear hacia fuera y al mismo tiempo evitar el roce del sedal, al poco dio señales de cansancio y parecía entregarse, pero cuando lo traía para tierra con ayuda de las olas, en una de estas, cuando la resaca retrocedía, cabeceó con tal fuerza, que tuve que darle carrete y aún así este “cantó”, deje de recoger por miedo a romper la línea. Pronto terminó el arreón y volví a controlar la situación, con suavidad pero con firmeza lo fui acercando como buenamente pude, pues las piedras que afloraban cuando la resaca retrocedía me impedían apurar. Pronto empecé a ver con nitidez el lomo oscuro, prácticamente negro de tan descomunal lubina. Mis piernas empezaron a temblar por la emoción, tal era esta que aparecí situado encima de una pequeña piedra, varios metros debajo de donde me había situado en un principio. El mar barría con fuerza mis piernas, anclé estas apoyando mi espalda contra la roca, gané estabilidad y seguridad, pero esto no impidió que el agua en forma de cortina, de vez en cuando me mojara hasta la cabeza. La fuerza del mar me ayudó a acercar a mi presa, a la que tenía casi al alcance de mi mano. Con la caña levantada y firmemente asida, me agaché buscando el hueco de la agalla del pez para sacarlo a tierra, fallé al primer intento, pero sabía que al segundo lo iba a conseguir, pues mi trofeo estaba ya entregado, ya no se movía, flotaba ladeado, por fin lo alcancé, lo así con fuerza y salí corriendo piedra arriba buscando el sosiego necesario para disfrutar del momento pues algo en mi interior me decía que por fin era un robalo con todas las de la ley, de hecho sobrepasó en 200 gramos el peso exigido.

    Mi corazón latía a 200 pulsaciones por minuto, la adrenalina burbujeaba en mi interior, era feliz, inmensamente feliz y dichoso, casi tanto como cuando nacieron mis hijos, estaba en el cielo, era el “Rey del Mundo”, ¡que digo del mundo!, era el “Rey del Universo”, a Dios pongo por testigo que mi sentimiento fue ese, eran las 18,53 horas del día 7 de Octubre de 1995. No se me olvidará nunca. 

1 comentario:

  1. La primera vez que consigues un robalo de varios kilos, es como si sintieras (dentro del contexto de nuestra pasión) que ``ya te hicistes ``hombre´´ y puede ir con la cabeza alta y hablar de tú a tú con quien sea.
    Es como si te liberaras........así lo viví yo.

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