jueves, 24 de abril de 2014

Relatos de un pescador afortunado: ENTRE PIEDRAS

                                                                                                                                                                                                                                   ENTRE PIEDRAS                                                                                                                                           24-10-2010
                                                                   
     A punto de comenzar la última semana de octubre, el desánimo empezaba a hacer mella. Mi cabeza daba vueltas buscando una alternativa a tanta desazón, las últimas semanas habían sido un fiasco, necesitaba alimentar aquella pasión que por momentos se tornaba decepcionante y frustrante. Había peinado sin éxito una y otra vez todas y cada una de las diferentes opciones que tenía. Playas, puntales, acantilados, y el resultado final era nada. En mi cabeza después de dar vueltas y más vueltas se encendió una pequeña luz, una premonición me indicó el camino. Ya tenía la determinación tomada, visitaría la pedregosa y larga playa incrustada entre grandes cantos rodados de Santa María de Oya.

     Acompañado de mi vecino José, al que convencí para ir a donde mi instinto me decía, llegamos al amanecer de aquel domingo 24 de octubre con la ilusión de romper aquella deriva. La marea estaba bajando y la claridad del día avanzaba difuminando a un crepúsculo que todavía nos acompañaba. Avanzamos por un sendero entre piedras cruzando un terreno yermo y desolado que se encontraba a la orilla de un océano que renacía infinito a nuestros pies. La línea del horizonte completamente lisa y serena dejaba adivinar la figura diminuta de un buque mercante que discurría cara al sur. Ya hacia tierra en la franja de aguas someras, el mar rompía cadencioso con un ligero estruendo de sosiego, rompiendo el silencio de una naturaleza que empezaba a despertar.

     José apuró el paso internándose por una fila transversal de piedras que el mar empezaba a dejar al descubierto, yo elegí la fila de la izquierda, que también la marea descubría a medida que avanzaba por ella. Enfrente, a lo lejos rompiendo la línea del horizonte asomaba una piedra negra en forma de pico, el mar rompía rodeándola como en un abrazo. Intuí que lanzando hacia aquella piedra tendría una buena oportunidad, descarté el empleo de cualquier señuelo que no fuera la Toby  de 25 gramos, ya que este me ofrecía el peso y la aerodinámica justa para hacer un lance largo y preciso al punto donde yo quería llegar. Empecé lanzando sin emplear toda la fuerza de mi brazo, así iba obligando poco a poco la caña, hasta que esta adquiriera el brío necesario para obligarla con un potente y explosivo lanzamiento, con el que conseguí acercarme a la piedra, el señuelo voló cayendo donde mi fe lo llevó, no lo dejé hundir demasiado recogiendo acto seguido a su amerizaje. Lo traía de vuelta sin apurarlo, dejando que se deslizara casi en superficie, cuando la tan esperada y deseada picada arremetió con fuerza y violencia. La puntera de la caña dobló amortiguando aquel salvaje embate que de inmediato se trasmitió a mi brazo derecho que aguantó aquel tirón espectacular que hizo remover mis entrañas y desbocar mi adrenalina. Levanté la caña y, el carrete bien ajustado a cada cabezada del animal cedía el hilo necesario para que la tensión no llegara a un límite extremo que llevara a poner en riesgo a una caña de gran calidad pero de limitada potencia. La Hart de 3 metros demostró su brío y dureza a pesar de su frágil apariencia, ayudándome a dominar aquel endiablado pez que porfiaba poderoso e incansable. Con sus olas el mar barría sobrepasando los pequeños riscos de piedra que corrían horizontales formando varias barreras que al retroceder la resaca aparecían como cuchillos afilados que me impedía apurar, aguanté al robalo con la caña levantada entre barrera y barrera esperando la ayuda del mar. Tiraba con fuerza del animal cuando las olas cabalgaban deslizándose por encima, logrando de esta manera acercarlo de limpio a limpio donde lo aguantaba hasta el siguiente y último empujón que lo puso a mi alcance. Al fin alcanzaba a ver con meridiana nitidez a aquel pez de casi cuatro quilos que con tanto esfuerzo logré poner a mis pies.
   
       Sin apenas tomarme un respiro, volví a lanzar. El artificial se deslizaba de nuevo entre las aguas agitadas y mi corazón ya acelerado se dispuso a recibir otra descarga de adrenalina, estaba convencido que más pronto que tarde otra picada volvería a acelerarme el pulso, llevándome nuevamente al éxtasis. La picada no por esperada fue sorprendente por descomunal, un animal más fuerte y vigoroso que el anterior mordió el anzuelo, alcé la caña y me dispuse a aguantar sus arreones. Automáticamente me di cuenta de la dificultad para hacerme con semejante rival. Sabía que estaba jugando con fuego, pues traer desde aquella distancia semejante “aparato”, sorteando todas aquellas piedras que asomaban como cuchillos era más cuestión de suerte que de habilidad . Aproveché un golpe de mar para sobrepasar el primer obstáculo aguantándolo como buenamente pude, la tensión era brutal, la caña amortiguaba y aguantaba los tirones con eficacia, la puntera apuntaba al cielo buscando poner a salvo de roces al sedal, no se si calculé mal pero cuando me dispuse a tirar para aprovechando la ola sobrepasar la siguiente barrera, el sedal acabó por rozar y romper.

    Volvía a perder un animal de record, pero a pesar de la decepción del momento no me lamenté demasiado pues sabía que había hecho todo lo posible y lo imposible también, y que a pesar de perder a todo un gran robalo seguía sintiéndome un pescador afortunado.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario