sábado, 16 de marzo de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL ASCENSOR


                                                                     EL ASCENSOR
                                                                        18-08-1996

     En ese mes de Agosto, estaba pasando mis vacaciones en Nerga. Hacía unos días que no iba a pescar,  el gusanillo esa tarde después de comer me empezó a entrar, y todo porqué esa mañana en la playa noté cómo el mar, después de una semana de calma chicha empezaba a ronronear en la orilla, así que después de una reparadora siesta, cogí mi bolsa de pesca y la caña, trasladándome a Donón.

     Cuando llegué al mirador, aprecié que el mar tenía un punto no muy fuerte, pero suficiente, así que decidí bajar por el acantilado hacia la postura que tan buenos recuerdos me traía. La marea estaba alta y era viva, comenzaba a bajar. Era la primera vez que iba a pescar allí con la pleamar, las condiciones no eran las mejores, pero yo sentía la necesidad de intentarlo, aun que fuera solo por matar el gusanillo. Abajo el mar no me permitía acceder al puntal, pero atrás del puntal, a la izquierda donde la costa y el mar  hacen un ángulo casi recto, el nacimiento de este con la línea de costa, al estar la marea llena, ofrecía un canal en paralelo a esta con suficiente profundidad y agua batida, ciertamente ideal para la pesca. Comencé  empleando como casi siempre “rapalas”, “original” y “mágnum”, pero no me permitían alcanzar la zona donde yo intuía que pudiera estar el pescado, así que opté por utilizar la “Evy”, que sí me permitía llegar con holgura a la zona deseada. Estuve un rato “vareando” pero no obtuve ninguna señal, pensé que quizá más tarde, cuando la marea bajara con más fuerza, ayudando a la formación de corrientes que obligaran a salir de sus escondrijos, a las posibles presas de las lubinas, estas dieran señales de vida, pudiendo obtener algún resultado. Encendí un cigarro y me relajé haciendo tiempo, eché a volar mi imaginación recordando anteriores peripecias allí vividas. Como cuando los arroaces en una tarde parecida, el verano anterior acorralaron un banco de lubinas en esa misma zona, y durante el tiempo que duró la emboscada, las lubinas buscaron refugio “en tierra”, capturando media docena de ellas aprovechando la coyuntura; o como dos años antes en ese mismo mes de agosto, pesqué al “General” y parte de su tropa -16 lubinas-. Tantas y tantas “pescatas” que yo llamo menores, pero también muy satisfactorias, en este mismo lugar. Fueron muchos veranos pasados allí, primero acampando en Cabo Home, cuando el campismo era libre, y después en Nerga, siempre que tenía oportunidad iba a pescar a tan prolífica costa, cuando no lubinas, sargos e incluso doradas, y algún lenguado y rodaballo. En fin, eso es otra historia.

     Después de fumarme un par de cigarros, y viendo que la marea empezaba a bajar con fuerza, cogí la caña y empecé a “varear” en paralelo a la costa, muy cerca de la orilla. Pronto sentí la primera picada, era una lubina pequeña, andaría por los 300 gramos de peso, la desanzuelé con sumo cuidado de no lastimarla y la deposité en una poza con agua, así la mantendría con vida, para que, cuando terminara mi jornada de pesca, liberarla. Continué lanzando, poco después la picada que sentí no tenía nada que ver con la otra, había que “agarrarse los machos”. El animal tiraba con fuerza hacia afuera, luchaba con gran nobleza. Por suerte no había un mar tan fuerte que me lo revolviera, solo tenía una pequeña piedra a unos metros a mi derecha, que el mar al retroceder dejaba al descubierto. Poco a poco lo fui dominando, sus embates eran cada vez menos duros, lo fui arrimando y cuando lo tenía a unos veinte metros ya empecé a apreciar su figura. Era un señor róbalo, cercano a los cinco quilos de peso. No se entregaba, pues cabeceaba con fuerza justo hacia la piedra de mi derecha. Tuve que tirar con firmeza para enfilarlo hasta mi posición. La zona donde yo estaba, quedaba en un alto, a mi alrededor no tenía donde vararlo, estaba viendo que me quedaba lo más difícil, iba a ser complicado sacarlo, la única alternativa que me quedaba, era que, con la ayuda de la inercia del mar que subía por las rocas pudiera aprovechar para depositarlo en un saliente de la piedra, debajo de donde yo estaba situado, y esperar un nuevo golpe de mar, para que asimismo por la inercia, me lo pusiera en un segundo escalón que conformaban las piedras mas arriba, ya cerca de mi posición. Trabajé un rato más el róbalo con la intención de cansarlo lo máximo posible. Cuando este apenas se movía, aproveché un golpe de mar para situarlo en seco encima del primer escalón. Con paciencia, esperé el siguiente golpe de mar, para ascenderlo a la siguiente plataforma y, cuando quedó en seco, fui a por el. Lo sujeté con fuerza por la boca y corrí piedra arriba perseguido por el siguiente golpe de mar, que me salpicó la espalda. Bendije mi suerte, pues no era fácil resolver la tesitura en que me vi. Di rienda suelta a mi alegría con un grito de satisfacción, descargando parte de la adrenalina acumulada por la situación que acababa de vivir, era feliz, me consideraba un ser privilegiado y muy afortunado. Continué “vareando”, buscaba la pareja, pero ya no tuve ninguna otra picada después de una hora intentándolo, así que decidí dejarlo y marchar para el camping, pero no sin antes liberar a la pequeña lubina que había depositado en la poza. No la había liberado  antes por miedo a “avalar” el pescado que pudiera haber en la “postura” que yo bauticé como “El Ascensor”.

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