viernes, 9 de agosto de 2013

Relatos de un pescador afortunado: INSTINTO ATÁVICO


INSTINTO ATÁVICO
MAYO 1998

           El día que el mar me hablo escuché un sonido procedente de la playa, distinto a todos los sonidos emitidos por esa misma playa en las numerosas visitas anteriores. Lleno de curiosidad a la orilla me acerqué, el mar se expandía por el arenal con una cadencia armoniosa y sonora, el burbujeo de las olas al romper arrastraban los guijarros que al desplazarse golpeaban unos contra otros, aquella mezcla de sonidos se transformó en lenguaje que yo interpreté como una llamada. Un instinto ancestral, desde lo más recóndito de mí estirpe de cazador-recolector algo me pedía, más que pedir me obligaba a tomar una determinación que mi instinto recreaba en mí conciencia, improvisadamente me dejé llevar por una intuición que comprometía mi rutina. El libre albedrío anidó en mí llevándome a romper con todo lo programado. Mi imaginación voló y, me encaminé hacia mi destino que parecía un desatino. La razón me decía que no era coherente seguir ese impulso, pero en el fondo de mi corazón una voz me animaba y me invitaba a que por una vez fuera yo mismo, sin corsés que condicionaran mis emociones. Cuando arranqué y me encaminé un halo de libertad se adueñó de todo mí ser. Una especie de desazón y conmoción me agitaba por dentro, parecía un niño a punto de hacer una trastada, pero era un adulto consciente, emocionado y sorprendido por mi arrebato. Me alejaba de mis obligaciones a medida que me acercaba a mi obsesivo devaneo.

       Al aproximarme a mi destino, la expectación iba en aumento y mi corazón latía con más fuerza. Al llegar al lugar de mi sueño me estremecí, el mar también me hablo allí, con toda claridad y sonoridad mis ojos y oídos enfervorizaron el resto de mis sentidos. Alucinado me quedé al ver aquel esplendor majestuoso lleno de contrastes rítmicos, químicos y armoniosos: “Aparezco, parezco, crezco, me agito, me sereno, me enfurezco, me rompo, sueno, resueno, exploto, me abro, me cierro, vuelo, me elevo grandioso y  me estrello majestuoso, doy, quito, enseño, oculto, a veces muero pero resucito. Tienes que leerme, tienes que entenderme  y al verlo saberlo para poder hacerlo”. 

        Lo escuche, lo vi, lo entendí y supe lo que tenía que hacer. El mar me habló claramente y yo fui consecuente; mi brazo derecho asió el apéndice que hasta él a través del aire mi sueño empujaría. Lanzaba una y otra vez con fuerza y precisión, tanteaba la superficie arremolinada en busca de mi convicción, al final de aquel estruendo encontré la armonía de una corriente burbujeante donde sentí lo que con tanta ansia buscaba. El tirón fue seco y brutal, la caña amortiguó aquella arrancada espectacular de aquel animal salvaje e indomable, mi brazo derecho recogió la salvaje tensión que se transmitió de inmediato hasta lo más recóndito de mi ser, un escalofrío de emoción recorrió todo mi cuerpo, entré en tensión y mi conciencia se concentró, ya estaba en otra dimensión. Soy yo en mi más puro instinto ancestral, viajo en el tiempo y mi atávico instinto depredador surge de lo más hondo de mi espíritu. -“Soy un guerrero, soy un luchador, tengo que sobrevivir y transmitir todo mi poder”-. La adrenalina afloró por todos los poros de mi piel, la experiencia se repitió, de nuevo la adrenalina reventó una y otra vez y el éxtasis fue una catarsis total y absoluta… Cuando todo terminó ya no me sentía igual, caminaba en una nube y mi autoestima fue proporcional a la sensación de ser el Rey del Universo.
     
        Casi dos horas después, con mis doce piezas (casi treinta quilos), bajé de la nube de gloria en la que me sumí, cuando aquella experiencia acabó, recogí y me fui despacio paladeando y saboreando en mí intimidad aquel momento.
     
         Aconteció en una mañana cualquiera, la monotonía no hacía suponer lo que aquel día supondría en el contexto de otros muchos. Desde aquel acontecimiento ya nada fue igual, nunca más me sucedió nada comparable. Yo, ingenuo de mí, esperaba una reversión de aquel hecho tan trascendente por lo que para mí había supuesto. El tiempo inexorable pasaba, la oportunidad no se reproducía. La naturaleza tan previsible con sus ciclos y estaciones la espalda me daba y el prodigio se volvió irrepetible. El paso de más de una década de continua alerta se hacía frustrante. Reivindicaba una oportunidad que nunca se presentaba. Tardé en comprender que en las excepciones estaba la regla, y que algunos acontecimientos naturales, por imprevisibles eran excepcionales, únicos e irrecuperables.


No hay comentarios:

Publicar un comentario