miércoles, 16 de enero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL DETONANTE

Octubre 1986
   
     Lo mejor de aquella noche fue el detonante de algo que me cautivó e hizo posible un cambio radical en el empleo del ocio en mi tiempo libre.  A partir de ahí, empecé una especie de aventura que me dio muchos días en los que me consideré un hombre especialmente afortunado por disfrutar y vivir momentos de privilegio, sensaciones que con el paso del tiempo menguaron  en cantidad pero aumentaron en intensidad. Avanzaba yo por la treintena, mis obligaciones y responsabilidades condicionaban mis aficiones, la casualidad quiso que a la pesca me enganchara. El detonante sucedió la noche que sentí la magia que revolucionó para siempre el placer de mis sentidos. Aquella noche mágica en mí ejerció una especie de embrujo que me acompañaría para siempre. A partir de ahí las experiencias se arremolinan en mi mente, pero gracias a un cuaderno donde las tengo anotadas una a una, me hice con un compendio de datos que me permitieron ordenarlas con sus fechas auténticas. Los hechos narrados son reales y en nada exagerados, mis emociones y sentimientos los transmito reflejándolos con la efusividad que mi carácter me da.
   
     Retomando el principio de aquella experiencia nocturna  de Octubre de 1986. Me pertreché con una caña de pescar que le había regalado a mi hijo Germán y que él apenas utilizaba. Había pedido consejo a mi compañero Hernández, que en esto de la pesca era y sigue siendo un fenómeno al que “había y hay que dejarle comer en un plato aparte”. Me asesoró, tomé nota fehaciente y detallada para hacerme con el material adecuado para la experiencia: sedal calibre 24 Tortuga, plomos de bola de 5 gramos y anzuelos dorados del nº 3. Recuerdo que esperé hasta la una de la madrugada, hora en la que aparqué mi viejo coche, un renault 12 familiar, junto a la coronación del muelle nº 4 del Arenal, armé la caña con el sedal, anzuelo y plomada recomendados y de cebo empleé unos camarones que tenía en un vivero colgado de una de las defensas. Dejé llegar el plomo al fondo y  recogí dos vueltas de carrete, buscando en el fondo mis posibles presas, pero como  no sucedió nada volví a recoger dos vueltas más, situando el cebo a  unos tres metros del fondo y tampoco sucedíó nada, después de un tiempo de espera volví a recoger dos vueltas más y como tampoco tuve la picada esperada, me desanimé y opté por prender el mango de la caña debajo de una de las ruedas del coche; me senté y me puse a leer. Cuando más distraído estaba y daba por frustrada mi experiencia, una picada que doblaba con brío la puntera de la caña me puso en tensión, agarré la caña, y como tiraba la condenada, estuve un rato disfrutando –pues la sensación era agradable para mí, me imagino que no para el animal-. Empecé a recoger no demasiado aprisa, hasta que apareció a flote una hermosa lubina izándola hasta mi posición, donde nervioso la solté del anzuelo depositándola en la bandeja del maletero, volví a prender otro camarón y acto seguido lancé, dejando que bajara el plomo hasta el fondo, recogiendo a continuación seis vueltas de carrete, para situarme a la altura de donde había sentido la picada, no me desprendí de la caña y no tuve que esperar mucho para sentir una sutil picada, entonces bajé la puntera de la caña y esperé a sentir la estirada del sedal para clavar el anzuelo.
     Estuve así una y otra vez, hasta repetir la operación 23 veces. Cuando me di cuenta eran ya las 5.30 de la madrugada, vivía un sueño que moría, pues ya hacía un rato que la vorágine había terminado. Esta experiencia supuso para mí el enganche a una afición que se extendería a lo largo de los siguientes 25 años, con tal dedicación y actividad que esto dio lugar a la vivencia de muchos momentos que yo tengo por estelares, o sea únicos e irrepetibles y que me dispongo a relatar uno a uno.

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