viernes, 25 de octubre de 2013

Relatos de un pescador afortunado: GLORIA EN EL CANAL



                                                           GLORIA EN EL CANAL  
                                                                    17-05-2.002

 
      Aquel “Día das Letras Galegas”, “escribí” un episodio glorioso de pesca. El día era de un esplendor y hermosura tal, que insuflaba ganas de vivir a raudales. Me levanté con el sol, sin prisas disfrutando cada minuto. No tenía nada planeado de antemano, mientras desayunaba observaba a través del ventanal cómo los gorriones buscaban su sustento por mi huerto, todo era de una de una naturalidad ensimismante, pero a pesar de todo ello decidí dar un paseo para ver y observar el mar. Después de comprar la prensa me acerqué a Samil y el rumor de las olas al estrellarse sobre la arena de la playa llamó mi atención: El mar rompía con la cadencia y armonía necesaria para encender en mí un deseo irresistible por ir a pescar, consulté la tabla de mareas allí mismo, la pleamar había sido a las nueve de la mañana, el mar llevaba una hora bajando, a partir de las once y media aproximadamente tendría acceso libre a un puntal de Monteferro que apunta a Cabo Estay, donde en un canal a la derecha de este y en aquellas condiciones yo intuía tener una buena oportunidad. Me lo tomé con tranquilidad, tenía un buen margen de tiempo, sabía que aunque era festivo y prácticamente todas las “posturas”, con aquel día iban a estar “tocadas”, esa en particular no podía ser ocupada por su falta de accesibilidad. En el maletero del coche siempre llevaba mi equipo de pesca a punto, por lo que pudiera pasar.

    Cuando llegué se confirmaron todas mis previsiones menos una, aún tuve que esperar casi media hora por la marea para tener posibilidad de acceso, sabía que tenía que afinar por experiencias anteriores, si esperaba demasiado el canal perdía calado, era practicable durante una hora, después afloraban algunas piedras y algas, el mar dejaba de remontar por su izquierda, dejando de oxigenarlo y al coger visibilidad, el agua pierde su intimidad alejándose el pescado de él.

    Me había calzado unas botas de agua que me permitían vadearla cuando esta me daba por las rodillas, con la bolsa de pesca y la caña al hombro me dirigí al canal.  Recuerdo que afiné al máximo que yo consideré posible, monté el carrete con un sedal del 26, y como señuelo armé un rapala “countdown original” de once cm., que me permitía un lance largo y preciso, corrigiendo su tendencia a profundizar levantando ligeramente la puntera. En el primer lance sentí una picada, pero no lo que yo esperaba, era una lubina sí, pero malamente llegaba al cuarto de kilo, la solté con sumo cuidado de no dañarla y la dejé en una poza para mantenerla con vida, continué “vareando”, esperaba un premio mayor, la marea bajaba con fuerza, si en los siguientes diez minutos no señalaba algún pescado, empezaría a perder la fe, y  un pescador sin confianza raramente pesca nada, pero yo insistía, me gustaba el comportamiento del mar, las condiciones eran ideales, con una pieza de de algo más de un kilo ya estaría satisfecho, pensé, pero el premio que me deparaba el destino era mucho mayor, en una de estas sentí el rapala frenar en seco por el inconfundible bocado de un gran robalo. El animal arrastraba la línea fuera del carrete, tuve que apretar el regulador para ir frenándolo poco a poco, cuando conseguí controlarlo, lo aguanté un tiempo cansándolo, pues recordé que el sedal era de una finura casi extrema, la picada fue a unos veinte metros y no tenía obstáculos por delante, ni el mar me lo llegaba a envolver, no merecía la pena arriesgar tirando del animal. Esperé pacientemente para debilitarlo y ya poco a poco lo fui acercando hasta mis pies, sacándolo sin apenas esfuerzo, era un hermoso ejemplar que superaba los cuatro kilos de peso, mi alegría era inmensa, continué “vareando” por si aún encontraba la pareja, pero ya el mar había bajado de tal forma que el canal, como yo preveía, quedó con poca agua, di la libertad a la primera lubina y regresé a casa con mi trofeo, que para mí tenía más valor que una copa de Europa. Seguía siendo un tipo tremendamente afortunado.





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