domingo, 14 de abril de 2013

Relatos de un pescador afortunado: UNO DE SOSLAYO


                                                                  UNO DE SOSLAYO
                                                                         21-09-1997

      En aquel fin de semana de Septiembre hacía un tiempo espléndido. El domingo el mar tenía una forma de romper moderada y acompasada, insuficiente para quedarse en Monteferro, pero ideal para cualquier punto entre Silleiro y La Guardia. Así que aún no había amanecido cuando me encaminé con dirección a Silleiro; al pasar por Bayona todavía reinaban las tinieblas. Llegué a Silleiro y una tenue luz empezaba a mostrar el contorno oscuro de las rocas. Muchos pescadores al igual que yo habían tenido la misma idea, era rara la roca o saliente en que la silueta de un pescador no asomara. Decidí continuar con dirección Punta Centinela; y la misma cantinela se repetía. No me quedó más remedio, si quería practicar mi afición favorita, que continuar buscando una zona menos concurrida. Así llegué a las Orelludas, y vuelta a empezar, todo estaba copado. A estas alturas, lo mejor, el amanecer ya lo había perdido. No sé porqué pero, al final, terminé en Pedornes, donde menos esperaba ya que, con la marea llena, no era santo de mi devoción esa “postura” pero, al menos, estaba sin ocupar y podía moverme con total libertad, así que enfilé mi Suzuki por el camino de la costa para aprovechar el tiempo, y no trasladarme con todo el equipo desde la carretera general. El mar sonaba acompasadamente a pesar de su estruendo, era relajante y te llamaba. Bajé por el centro de un campo de tojos que partía en dos un pequeño sendero, senda que desembocaba justo en la “postura” que yo intuía que tendría una oportunidad, más que nada por la altura de la marea que me permitía usar mi “rapala” favorito en aquellas circunstancias, un “Original de 18 cm.”, un cebo a pedir de boca para los grandes robalos. Al asomarme al mar, vi que era factible su empleo y que en caso de picada, a mi derecha tenía la posibilidad de maniobrar con cualquier lubina por muy grande que fuera esta. Justo en ese lugar yo nunca había capturado un robalo, pero alguna vez tendría que ser la primera. Así que monté el “rapala” y empecé a varear de soslayo a mi izquierda, haciendo que el “rapala” circundara la piedra que lavaba el mar. No sé decir si fue al tercer o cuarto intento cuando sentí una monumental picada, un arreón mayúsculo a menos de diez metros de mi posición; di gracias a Dios por montar un 30, el tirón era bestial, el carrete comenzó a ceder sedal muy lentamente, no estaba bien regulado para mi gusto. Desbloqueé el carrete, pero tuve que aguantarlo en firme sin darle cancha, ya que el lugar estaba prácticamente rodeado de piedras que la resaca descubría al retroceder, el sedal respondió y eso me permitió aguantarle las primeras embestidas llenas de dureza, pero no me convenía darle demasiada tregua, así que aprovechando un golpe de mar que me lo empujó hacia tierra, tiré en firme de el hasta meterlo por mi derecha, encaminándolo, después de saltar con la caña levantada, para procurar conservar la tensión del sedal, hacia una piedra inclinada en forma de rampa imperfecta por la que subía el mar. Cuando lo situé en el nacimiento de la rampa, esperé un golpe de mar que me lo empujara y justo en ese momento ayudar yo, tirando fuerte para que el robalo subiera resbalando por la mojada y pulida piedra, hasta quedar en seco a mis pies. Sólo tuve que agacharme y, sin urgencias de ninguna clase, lo sujeté por el cuerpo del “rapala” que lo tenía clavado con los tres triples. Subí a la piedra donde tenía la bolsa de pesca, corté el sedal y volví a atar otro “rapala” igual para continuar “vareando”, pues estos animales a menudo arriman a la costa en pareja. Después de probar por toda la zona  casi una hora más, ya empezaba a asomar el sol a través de la sierra “Do Argallo”, que estaba a mi espalda; las aguas habían adquirido una claridad que no ayudaba, además mi espalda se empezaba a resentir, ya me encontraba saturado.

       Así que recogí y me encaminé de vuelta con mi robalo de más de cuatro kilos, aún no eran las once de la mañana cuando arranqué el Vitara, venía eufórico, sentía que la vida me sonreía, era un hombre tremendamente afortunado por la experiencia que acababa de vivir, y eso que no era el primero que hizo que me sintiera el “Rey del Universo”, ya estaba de vuelta, pero me sentía bien, muy bien.






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