viernes, 4 de octubre de 2013

Relatos de un pescador afortunado: UN ROBALO Y MILANKOVITCH

                                               UN ROBALO Y MILANKOVITCH
                                                                  19-02-2002
 
     Aquella mañana de febrero se producía un cambio lunar, coincidía con un tiempo que a pesar de ser invierno parecía primaveral, el barómetro indicaba una presión atmosférica próxima a los 1.030 milibares, y una borrasca a la altura de las Islas Británicas hacía que el reflejo del temporal del Gran Sol se sintiera en Galicia, por el mar de fondo que este catapultaba en un efecto dominó sobre las costas de nuestra tierra; mar de fondo, al que ya claramente se le apreciaba una pequeña variación en su dirección al acercarse a la costa.

      La observación a lo largo de los años del comportamiento del mar en “La Grande de Monteferro” así lo corroboraba. Años atrás pasaba de refilón y rompía sobre un gran bajo de piedra situado frente a la “postura”, explayándose el mar hacia el interior de la ensenada, dirección Bayona. A partir de finales de los años noventa del siglo pasado, la tendencia fue variando de un modo casi imperceptible hacia la rocosa costa de Monteferro. Con el paso de los años, yo que la he estado visitando asiduamente los últimos quince años, puedo asegurar que esto es así, que en la zona donde yo “vareaba” en un principio, cuando había mar de fondo con olas de dos a tres metros, podía estar pescando sin peligro siquiera de mojadura; ahora mismo es impensable ocupar la misma posición dándose las mismas circunstancias, incluso empeoró la acción de pesca y cada año se muestra menos prolífica, dándose la circunstancia de que el poco pescado que ahora arrima, generalmente pica más cerca de tierra.

      Pasado el tiempo, leí en un articulo de divulgación científica que mi observación estaba contemplada en un estudio de un tal Milankovitch, “Ciclos de Milankovitch, desvío centesimal de la órbita terrestre”. Bueno yo no soy experto en cambio climático, pero por si sirve de algo ahí queda la observación.

    El anticiclón de Las Azores desviaba las masas nubosas de nuestras costas, produciéndose una circunstancia favorable para la pesca, el mar de fondo removía piedras y arenales, las fuertes corrientes sacaban de sus escondrijos habituales a pequeños peces y crustáceos, eslabón de la cadena trófica que servía de alimentación a los depredadores como las lubinas, que recién salidas de la época de freza, necesitaban comer para reponer fuerzas.

      Recuerdo que aquella mañana llegué justo al alba y no hacía frío, el silencio y la quietud era absoluta, solo interrumpía la serenidad de la madrugada el batir de las olas contra las rocas, la claridad del crepúsculo era suficiente para ver el mar desde mi atalaya, me gustó su comportamiento acompasado y previsible y un hilo de esperanza arraigó en mí, sabía que en condiciones similares en el pasado había tenido gratas jornadas de pesca, y que raramente volvía de vacío para casa. Bajé con mi equipo de pesca más ligero, el mar pedía “rapala” y mi codo y mi espalda lo agradecían. Monté una bobina de sedal del “treinta”, pues por haber afinado con un “veintiséis” no mucho tiempo atrás me había desarmado un robalo, acertando de plano pues ya en el segundo intento que hice, cuando recogía sesgado a la izquierda del bajo que tenía de frente, un enorme robalo atacó el “rapala original de dieciocho cm.”, la picada fue bestial. El animal tiraba con fuerza, en un principio su fuerza era descomunal arrancando literalmente a cabezazos el sedal de la bobina, que corría amortiguando sus embestidas que poco a poco iban menguando en bravura. El mar ni me lo envolvía ni me lo arrastraba, pudiéndolo cansar con esmero, pacientemente esperé a que se debilitara y cuando noté que su viveza se iba apagando apreté el regulador del carrete, tirando de él hasta cerca de mis pies, donde el mismo mar, aprovechando la inercia del agua producida por las olas, lo varó sobre la piedra, donde ya había recogido unos cuantos robalos y varios cientos de lubinas de diversos tamaños a lo largo de casi una década que llevaba visitando tan prolífica “postura”, que yo bauticé como “La Grande de Monteferro”, y que además es paradisíacamente mágica, tiene un encanto especial que influye en mi estado de ánimo que, sumado a una serie de circunstancias favorables hacen que casi siempre mis sueños se cumplan.

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