sábado, 1 de marzo de 2014

Relatos de un pescador afortunado: FURIA SALVAJE


                                                           FURIA SALVAJE                                                                                                                                           17-10-2008
                                                               

       Aquella mañana acabé en los bajos de Cabo Estay, buscaba una oportunidad que me redimiera de tanta frustración. Después de varios días con descorazonador resultado, yendo de fracaso en fracaso, por fin encontré mi oportunidad.

    Cuando llegué comenzaba la claridad del crepúsculo a renacer, poco a poco comenzaban a asomar las tenues líneas del horizonte marino, salpicado por multitud de rocas que el mar lavaba con cierta violencia, el estruendo era acompasado y acogedor, me gustaba aquel sonido que acabó como siempre por hipnotizarme, presentía que por fin iba a tener una placentera mañana de pesca.

        La marea llevaba bajando un par de horas, y todavía no tenía acceso a un puntal que quería visitar, así que me conformé “vareando” atrás a la derecha, por donde discurre un canal que recogía una fuerte corriente que seguramente arrastraría pequeños peces hasta una zona despejada y algo más profunda, rodeada por rocas en forma de losas que ayudan a levantar la altura de las olas, por donde se explayan y rompen propiciando unas condiciones ideales para la pesca, ofreciendo la posibilidad de “clavar” alguna lubina al acecho.

        Aquella zona era complicada de “trabajar”; el calado del canal era de algo más de un par de metros en su parte más profunda, la parte más próxima a mi posición, a medida que se acercaba el  “artificial” iba haciéndose más somera, y este rozaba contra las piedras que afloraban al retroceder la resaca de la ola, por lo que tuve que descartar el empleo de un “rapala”, primero por que no alcanzaba la zona del canal, y segundo por el más que probable enganche y pérdida de este, al final opté por el empleo de una cucharilla Toby que tan buen resultado tiempo atrás me había dado. Antes de lanzar sopesé si la usaba armada con un anzuelo triple que trae originalmente de fábrica o emplearla con uno sencillo de carbono, ya que así podía arriesgar más, reduciendo la posibilidad de enganche entre tantas piedras, pero al final decidí usarla con el triple.

    Después de lanzar el “artificial” varias veces, fui cogiendo confianza, ya que conseguí guiarlo sin sufrir enganches. Cada vez lo lanzaba más y más lejos haciéndolo profundizar más, pero con la precaución de acelerarlo y levantar la puntera de la caña cuando de vuelta se acercaba a la zona menos profunda. Y en una de estas, cuando ya estaba completamente integrado y cómodo en una postura grata de trabajar, sentí la tan esperada picada; seca, dura, fuerte, potente, correspondía a un animal salvaje e indomable, luchaba con una fuerza increíble, se me hacía duro traerlo a tierra. Al fin pude acercarlo y hacerme con él, sin pérdida de tiempo volví a lanzar al mismo sitio de la vez anterior, procurando respetar la profundidad y velocidad del anterior lance, y una picada más fuerte y violenta que la primera hizo que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran en tensión. Era salvaje su forma de luchar y pronto mis brazos, sobre todo el derecho, comenzaron a estar doloridos por el esfuerzo al que me obligaba tan enconada lucha, el “dracom”, al no estirar, transmitía directamente sus arreones que me castigaban con dureza. Finalmente conseguí hacerme con el animal para, acto seguido, continuar “vareando”. La siguiente picada fue brutalmente salvaje, el tirón pareció arrancarme el brazo, el dolor era casi insufrible, me costaba tirar de él, estuve aguantando un rato que se me hizo interminable, no podía dejarlo ir pues la zona no se prestaba a ello, así que me armé de paciencia y aguanté como pude sus durísimos embates, no daba muestras de debilidad, había momentos que quería recoger sedal y no podía, hasta que por fin conseguí arrancarlo, pero de una manera muy lenta y trabajosa, sus tirones seguían siendo furiosamente salvajes no me daba ni un segundo de tregua, la tensión del sedal era brutal, la caña de carbono rígida con acción de punta demostraba su calidad ayudándome a dominar a aquella bestia que no se rendía, todo el equipo caña, carrete, sedal, respondía a las extremas exigencias, pero para mi desgracia el anzuelo triple con que iba armado la Toby no resistió y abrió la muerte soltando a mi presa que huyó despavorida dejándome completamente desolado. Acababa de perder una batalla que prácticamente tenía ganada, me quedé jodido y maldije el puñetero “triple”, y pensar que estuve a punto de utilizar otra Toby armada con un anzuelo simple de carbono, con la cual había capturado un robalo de casi siete kilos tres meses antes. Seguro que ese anzuelo hubiera resistido, y ahora no me estaría lamentando, pero la pesca es así, unas veces ganas y otras pierdes pero también aprendes.

       Aunque continué “vareando” un rato más ya lo hice sin fe, sabía que en su huida el “General” que acababa de desarmarme se llevaría a la tropa consigo, así que recogí las dos piezas de tres y casi cuatro quilos (portada del libro), y me desplacé hasta el puntal al que ya tenía acceso, pensaba que no había tenido demasiada fortuna con el lance que acababa de vivir, pero que allí no se terminaba el mundo y que la próxima sería la mía. Recomencé a “varear” en la nueva postura unos cien metros separada de la anterior y no tuve que esperar demasiado para sentir de nuevo varias picadas de una talla menor, no llegaban al medio  kilo, desclavándolas con cuidado de no dañarlas, las devolví al mar y esperando que con el paso de los años nuestros caminos se cruzaran de nuevo, y seguir alimentando la pasión por la pesca que para mi fortuna tan bien me hacía sentir.

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