sábado, 6 de abril de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL CABEZÓN Y EL CARDUMEN


                                              EL CABEZÓN Y EL CARDUMEN
                                                               25-06-1997

     Aquella tarde del mes de Junio, me asomé por Monteferro. Era temprano, no más allá de las cinco de la tarde. Estaba pendiente de un cardumen enorme que se movía entre Monteferro y las Estelas. El primer día que lo vi a lo lejos, este se movía agitado de un lado para otro por la banda de la Estela Mayor; deduje que si había alguna lubina esta estaría encelada con el cardumen. Como la pleamar era a las ocho y anochecía pasadas las diez, opté por irme y volver unas horas mas tarde, a ver si había suerte y el pescado arrimaba a tierra.

     Cuando regresé, eran casi las ocho de la tarde y, a simple vista, no había rastro del cardumen. Monté la caña más corta y ligera, pues el mar no tiraba demasiado, como cebo dispuse una “caw down original de 11cm.” que ofrecía un buen lance e imitaba con mucho realismo a una pequeña “xouba”, como las integrantes del cardumen. Comencé a lanzar en la “postura” más cómoda; después de diez minutos intentándolo y no tener picada alguna, me desplacé “vareando” hacia el interior de la ensenada; “trabajé la zona en abanico” y seguí sin sentir nada, pero al poco, por mi derecha, cerca de la zona por donde había comenzado a lanzar, noté cómo en la superficie del agua saltaban asustados un grupo de pequeños peces; retrocedí sobre mis pasos y comencé a lanzar hacia donde vi el movimiento; efectivamente ya en el primer lance obtuve la primera picada de una lubina de unos 700 gramos, continué lanzando y era raro el lance en que no clavaba pescado, venía la noche encima y las picadas se fueron espaciando a medida que oscurecía.

      Prácticamente era noche cerrada cuando recogí y subí al coche. Durante el camino de regreso a casa fui madurando la idea de madrugar al día siguiente y continuar pescando al amanecer. Puse el despertador para las cinco de la madrugada y a las seis ya estaba de vuelta. Aún era de noche cuando bajé a la “postura”, mis ojos empezaban vislumbrar la primera y tenue claridad del día. Recomencé la acción de pesca; la marea venía subiendo desde hacía cuatro horas, la marea estaba casi a la misma altura que la había dejado el día anterior; sobre el papel, por lógica, el pescado debería continuar allí y así fue, creo recordar que no en el primer lance pero sí a partir del tercero el pescado comenzó a entrar, prácticamente no fallaba lance y así durante cerca de dos horas capturé diez y siete piezas de similar tamaño a las del día anterior, en total veinte y ocho piezas, unos veinte quilos de pescado.

     Eran ya cerca de las ocho de la mañana y las picadas empezaban a espaciarse a medida que avanzaba el día, recogí y volví de regreso a casa, estaba hecho polvo, necesitaba una ducha y descansar, pero ya me había hecho a la idea de que a la tarde, a última hora volvería a intentar rematar la faena.

     Cuando llegué de regreso eran las siete de la tarde y, por desgracia para mí, la “postura” estaba ocupada, pero tampoco me importo demasiado, sólo era uno, que además conocía de experiencias anteriores, le saludé y me comentó que llevaba allí sobre una hora y que no había sentido picada alguna. El hombre empleaba una cucharilla Evy que, con las condiciones del mar, yo entendía que era una opción equivocada, y más que pescar aquello avalaba, así que me desplacé unos cincuenta metros a la izquierda, y en un puntal que apuntaba directamente a la localidad de Bayona, comencé a usar el “rapala” que tan buen resultado me había dado. Tuve que esperar para sentir la primera picada hasta cerca de las ocho, pero como en el día anterior, prácticamente no fallaba lance. Llevaba ya acumuladas media docena de lubinas cuando el “cucharillero” se vino hasta mi posición para lanzar, le di mí opinión de que no debía usar la cucharilla en aquella zona si quería quedarse allí, y el cabezón comenzó a lanzar con ella justo donde yo lanzaba, como no tenía ganas de discutir, gastar tiempo y energías de forma estéril en un momento como ese, me fui y pasé a ocupar la “postura” que él había dejado, con la bendita suerte de que allí seguí pescando con mi “rapala” a un ritmo incluso mayor que el anterior, así una y otra vez hasta acumular un total de quince lubinas. El cabezón, cuando yo recogí y marchaba para el coche, continuaba “bombardeando la postura” con la cuchara, había conseguido cuatro y parecía incansable, allí lo dejé “repartiendo leña a diestro y siniestro”.


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