miércoles, 6 de febrero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: SARGOS EN SUAVELA




SARGOS EN SUAVELA
 
     En aquel verano de 1995, en el mes de Julio fue cuando disfruté de mis vacaciones, hasta allí siempre las había disfrutado en Agosto, y esto que parece una cosa sin mayor importancia, condicionó y de que manera el desarrollo de mi afición favorita. Tan  pronto tuve oportunidad visité la costa de Suavela en Donón, costa donde el año anterior y en el mes de Agosto había vivido un episodio memorable pescando lubinas, (ver “El General y la tropa).

     Pero en este año ya nada sería igual ni parecido. Recuerdo que el primer día que por allí me asomé el mar tenía un punto razonable y, me animé a bajar a la postura llamada por algunos “El Facho”, donde tan buenas experiencias había vivido el año anterior. La primera semana la visité hasta tres veces, y las tres fracasé, no sintiendo ni la más triste picada. La semana siguiente opté por bajar desde el mirador de Donón por el cañaveral, hasta la zona del playal. Allí alguna lubina pescaba, pero eran tan pequeñas que acababa por soltarlas de nuevo a la vida. Cuando más desanimado estaba, la presencia de un nativo del pueblo que paró a charlar un rato de pesca conmigo, acabó por decidirme a cambiar la forma de pesca y la clase de posibles capturas, este buen hombre me explicó que aquel año, al contrario que el anterior, no estaba siendo bueno para la pesca de la lubina, pero que los sargos abundaban, que solo había que cambiar la técnica de pesca, y que con algo de paciencia los resultados no se hacían esperar. Decidí seguir su consejo.

     Al día siguiente madrugué, pues quería coger la bajamar para capturar bicho para pescar. En aquel arenal abundaba un bicho largo, muy frágil, pero de efecto demoledor. Por lo visto era un bocado muy apetitoso para los sargos, lubinas, doradas e incluso rodaballos y lenguados que abundaban en aquella zona, aunque estos últimos acostumbraban a comer de noche. Como la marea estaba en su cota más baja, no me fue difícil hacerme con un buen puñado de bicho que algunos llamaban “dinamita”.

     Las cañas que yo empleaba para pescar no eran las más adecuadas para este tipo de pesca, pero una telescópica de 4.20 metros se adaptaba bastante bien. Como el fondo era arenoso y no había peligro de enganche, se podía  utilizar un sistema de pesca, que yo llamaba “sin hacer frente”, me explico: Estaba armado con un sedal del 40, en el final de línea montaba un giratorio como tope, para un plomo perforado de forma alargada, que permitía correr el sedal por su interior, cuando algún sargo picaba y tiraba, este tragaba el cebo con toda facilidad, ya que nunca dejaba tenso ni bloqueado el sedal, cuando este corría después de una picada, bloqueaba el carrete y clavaba el pescado. Del giratorio hacia la caña corría el plomo libremente por el sedal, y viceversa, del giratorio en adelante, montaba una brazada de sedal de 0,30 mm., de grosor, donde en su punta empataba un anzuelo del número dos   con pata larga, para que en caso de tragar a fondo los sargos, no me cortaran con los dientes el sedal.

     Sobre el papel todo estaba en orden, solo hacia falta acertar donde acostumbraba a comer el pescado, por sentido común, razoné, que sí el año anterior en los remolinos que se formaban al subir la marea comían las lubinas, los sargos no iban a ser menos, y que como los remolinos removían el fondo arenoso, hábitat natural del bicho que acababa de capturar para pescar, lo sensato era intentarlo lanzando al centro de un remolino, y acerté, vaya si acerté.

     Recuerdo que a la derecha del playal, donde este acaba y empiezan las rocas, había uno de estos remolinos que se alcanzaba sin demasiado esfuerzo al lanzar. Lancé mi aparejo al centro del remolino, la marea llevaba como una hora subiendo y aún tardó un rato en producirse la primera picada, pero cuando esta se produjo no había duda de que correspondía a un animal de una cierta entidad. El sedal comenzó a correr, agarré la caña y fui dejando ir sedal, hasta que consideré que el animal había tragado el cebo, bloqueé el carrete y al clavar y hacerle frente, el tirón fue bestial, tiraba hacia el fondo y ladeado, era como si tiraras de un tapón mas que de un pez, la forma de luchar era muy distinta a la de las lubinas, hasta que lo tenía en la superficie donde todo era más fácil y rápidamente lo izaba hasta mi posición, volviendo a encarnar con dos o tres bichos enteros, como una especie de pequeño pulpo y nada mas lanzar la picada se repetía, volví a levantar un sargo de unos dos quilos de peso como el anterior, y así estuve una y otra vez, hasta totalizar cinco hermosos sargos. Cuando dejaron de picar, observé que al subir la marea y haber mas calado, el comportamiento del mar al romper se modificaba menguando en intensidad la fuerza del remolino, achaqué a aquella causa el que el pescado dejara de picar.

     Al día siguiente observé que las picadas en el remolino, empezaban casi una hora más tarde que en el día anterior, que cuando la altura de la marea llegaba al punto crítico, las picadas comenzaban a producirse. Fue curioso, empecé un lunes con las picadas dos horas después de la bajamar, y como esta avanzaba cada día unos cincuenta minutos, continué el martes a partir de las 8.50 horas, el miércoles a partir de las 9.40, jueves 10.30 y viernes a partir de las 11.20. El pescado empezaba a comer condicionado por la altura de la marea, y el único día que el mar de fondo quedó parado esa semana, ya no comió.

     Esta experiencia me sirvió de mucho, a partir de ahí aprendí a afinar en este tipo de pesca, e incluso llegué a idear para ganar tiempo y tener mas agilidad a la hora de pescar, el tener conmigo varios terminales ya encebados, así soltaba los sargos con el terminal en la boca, y de inmediato montaba otro terminal ya encebado, prendiéndolo del giratorio. Esto me permitió aumentar el número de capturas en el limitado tiempo que los sargos comían.

     Fue muy bonito mientras duró (una semana), después vino una encalmada de casi dos semanas y prácticamente ahí murió la experiencia. Ya al final del mes pude volver a repetirla un par de días de nuevo, pero con la grata sorpresa, de que en uno de esos días, conseguí pescar una preciosa dorada de cerca de tres quilos. Mas adelante, pero eso ya es otra historia, pasado el tiempo pude vivir una situación parecida en la playa de Sayanes.



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