sábado, 1 de febrero de 2014

Relatos de un pescador afortunado: ENTRE NINFAS Y NEREIDAS

     10-07-2008
                                                    Entre Ninfas y Nereidas
     
      Alentado por la intuición de que por fin legiones de cardúmenes abandonaban las profundas aguas del océano, pasando a ocupar sus apostaderos de caza en las someras costas de las entradas y fondos de las rías, y recordando experiencias anteriores, me hice una composición de lo que me iba a encontrar, planificando una jornada de pesca para confirmar mi premonición.

        Por algún mecanismo que la madre naturaleza dotó a los depredadores marinos, estos saben con una cierta anticipación cuando el comportamiento del mar les va a facilitar su alimento. El mar de fondo empezó a remover y agitar el hábitat en el que pequeños peces y crustáceos se habían asentado después de un largo tiempo de calma y estabilidad, hasta que el mar rompió con su fuerza la colonia de algas que daban cobijo y protección a aquellos que iban a servir de alimento a sus depredadores. Al principio de aquel mes de Julio las lubinas comenzaron a dar señales de vida.  Llevaba un tiempo desde el mes de Marzo que no había sentido la necesidad de coger la caña, pues las condiciones climáticas no habían sido favorables para la práctica de la pesca deportiva del “vareo”. Pero una mejoría repentina del tiempo hizo que grandes cardúmenes migraran desde sus “cuarteles de invierno”. Su voracidad depredadora era tal, que con la ayuda del mar de fondo que removía y arrancaba de sus refugios a sus presas, saciaban su apetito con toda clase de alevines de peces y crustáceos que servían de “pasto”, sin desdeñar toda clase de bichos que viven enterrados en los arenales de las playas, como gusanos, pulgas de mar, etc.. Aprovechándose del aumento de la temperatura en las aguas casi siempre frías del Atlántico, comenzaron una actividad frenética. Entre los canales y escondrijos de los roquedales perseguían y acosaban a sus víctimas sin darles tregua. Divididas por diferentes rangos: las más jóvenes buscaron refugio en los interiores y fondos de las rías, en busca de alimento que en esa época abundaba en forma de alevines de otras especies, a los que atacaban con una ferocidad inaudita; aquellas procedentes de eclosiones anteriores y por lo tanto más desarrolladas, ocupaban todo el frente litoral y las entradas a las rías, depredando toda clase de especies de un tamaño menor que osaran cruzarse en su camino. Los depredadores siempre que pueden emplean la ley del mínimo esfuerzo, son oportunistas y gastan la menor energía posible en sus actividades. Están al acecho esperando su oportunidad, y cuando por fin la tienen, atacan con tal avidez a sus presas, que en un corto periodo de tiempo se sacian, acumulando reservas de proteínas por si la siguiente oportunidad se hace de rogar.
   
       Aquel día, tres de Julio, daba comienzo una nueva fase lunar. Madrugué como no podía ser de otra manera, y me encaminé a “La Grande de Monteferro”, opción que había elegido por la altura de la marea, ya que con menos agua las grandes algas de cintas serían una dificultad insoslayable. Comencé “vareando” con un “rapala” original flotante de 18 cm., pero al apurarlo y trabajarlo a tirones, tocaba y empachaba entre las algas. Decidí cambiar de señuelo montando una cucharilla Toby de 25 gramos, a la que sustituí el anzuelo triple por uno sencillo de carbono del nº 2, con la intención de que se deslizara entre las cintas evitando en lo posible los enganches. Al tercer o cuarto lance “sufrí” una portentosa picada, y digo sufrí porque después de una enconada lucha con el animal, al que no llegué a ver, se me encabezó detrás de una roca situada a mi derecha, y aún que esperé pacientemente con el brazo estirado hacia el cielo, a que la fuerza del mar lo arrastrara, al final sucedió lo inevitable, el sedal rozó y rompió. Perdí una pieza que por las sensaciones vividas era de record, pero esto es así, no todo es fácil ni siempre ganas.

      Una semana después en una mañana crepuscular, cuando también cambiaba el ciclo lunar, el destino quiso que enmendara mi fracaso anterior. Había madrugado, la sombra de la noche aún reinaba en la playa cuando llegué. Paré allí precisamente por ser un lugar de fácil acceso a pesar de la oscuridad. “Varear” en un playal al amanecer en verano es uno de los lujos más gratificantes que un pescador pueda sentir. La soledad más absoluta me acompañaba pero me sentía perfectamente integrado en el lugar, disfrutaba con cada lance, la Toby de 20 gramos iba y venía entre las olas que rompían sobre el arenal, las nereidas se levantaban una y otra vez haciéndome compañía cual ninfas al amanecer. Había afinado todo lo que podía en aquellas circunstancias, el sedal del 22 se deslizaba fuera de la bobina alcanzando con facilidad los sesenta metros, pero las picadas empezaron a producirse a mitad de recorrido, por lo que ya no me esforzaba en mandar los latigazos del principio, las tenía a treinta o cuarenta metros de la orilla, me picaban piezas de distintos tamaños, aquellas más inmaduras las soltaba de nuevo a la vida, quedándome solo con las de mayor tamaño.

     Eran ya cerca de las nueve y, después de haber recorrido gran parte de la playa Del Abra, acabé en su extremo más oriental, en el límite donde comenzaban las rocas. Al ir aclarando el día las picadas empezaban a espaciarse en demasía, ya estaba pensando en recoger y marchar, cuando sentí una descomunal picada prácticamente a mis pies, reaccioné con rapidez soltando el freno al carrete, le fui dando sedal a medida que el animal tiraba tratando de zafarse, pero siempre manteniendo la conexión mediante la tensión necesaria para que no cogiera excesiva velocidad y partiera la línea. Así que me armé de paciencia y me dispuse para una lucha intensa y larga. Era como un sueño, tenía clavado un inmenso robalo en el lugar soñado, un playal prácticamente limpio de piedras, podía trabajarlo y disfrutarlo a conciencia. Después de los primeros embates –los más peligrosos-, y ya dominada la situación me dispuse a “matar” al animal en su medio.

     Era cuestión de tiempo, la paciencia era fundamental para derrotar a semejante adversario. Había que cansarlo dejarlo ir y venir en un vai-ven continuo, dominando sus arreones y frenando con suavidad pero con firmeza su instinto que lo llamaba a buscar protección, escapando hacia cualquier escollo de piedra que pudiera haber en los alrededores. Me encontraba como en una nube, desconectado del mundo y todo lo que me rodeaba, mis cinco sentidos puestos en un solo objetivo, vencer a aquella bestia salvaje que no se dejaba dominar, que además al estar “clavado” por un anzuelo simple de carbono y no por uno triple que habitualmente lleva montada la cucharilla, la herida al clavarlo era mínima y le permitía una entereza para la lucha en su máxima expresión, aumentando su fuerza y resistencia contra mi intención de dominarlo. Aquello aumentaba el nivel de dificultad, pero también el mérito de su captura.

     Ya había perdido la noción del tiempo que había pasado, cuando la fuerza del animal comenzó a amainar, sus carreras y tirones eran cada vez más espaciados, había llegado la hora de ir arrimándolo a tierra, tenía que traerlo con mimo, pues estaba armado al límite con un sedal tan fino que no me permitía tomar ningún riesgo. El animal prácticamente estaba entregado, era como un peso muerto y ayudado por la resaca fui retrocediendo, caminando de espaldas, hasta llegar al arenal donde lo fui varando hasta dejarlo en seco. Era un robalo enorme, superaba con holgura los seis quilos, me sorprendió su color de tono obscuro, con el lomo prácticamente negro, era un animal de roca que seguramente había hecho una incursión muy puntual a la playa en busca de alimento, ya que si su hábitat habitual fuera de fondo arenoso, se hubiera mimetizado con el tono más claro del arenal.
 
    Fue un momento cumbre en mi vida como pescador deportivo, estaba disfrutando de un sueño que se me presentó en el lugar y momento menos esperado. El destino quiso que fuera así de impredecible. Nunca se me había pasado  por la imaginación semejante lance, yo que normalmente desdeñaba la pesca en las playas, por creer que en ellas las piezas a pescar eran piezas de un tamaño menor, y por tanto a descartar, donde se perdía el tiempo y las oportunidades de hacer una gran captura. Sorpresivamente, y donde menos me lo esperaba, viví y disfruté de una experiencia que quedará para siempre en mi memoria. Volví por un momento a sentirme “El Rey del Universo”, llegué a considerarme el hombre más afortunado de la Tierra, incontestablemente seguía siendo un pescador afortunado.


2 comentarios:

  1. Querido amigo...
    Cuanto mas te leo mas convencido estoy... eres un crack...
    Un saludo compañero...
    Pantera Negra...

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    1. robalo_70

      cuando te leo, experimento el el mas profundo estado de empatía, respecto a las sensaciones interiores, que representan nuestras: aventuras, escapadas, viajes al nuestro interior.... etc cuando estamos caña en mao y solos frente a nuestro principio el Mar.

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