sábado, 9 de marzo de 2013

Relatos de un pescador afortunado: LA GRANDE DE MONTEFERRO


                                               LA GRANDE DE MONTEFERRO
                                                                4-04-1996

     Aquel día de Abril, cuando comencé mi recorrido de trabajo por el contorno de la ría, al ver el mar en una pequeña cala pasando el primer astillero que visité, comprendí que aquel era un día ideal para la práctica de la pesca de la lubina, aunque me encontraba en una zona de aguas interiores y abrigadas, la forma en que latía el mar siempre te ofrecía alguna pista, que te ayudaba a descifrar si el mar estaba en disposición de ofrecer una buena oportunidad para desarrollar con éxito el inmenso placer de pescar. Automáticamente mi imaginación voló a kilómetros de distancia, haciéndome una composición de cómo “trabajaba” el mar según la “postura” recordada. Apoyándome en una tabla de mareas, deduje que en ese mismo día a partir de las 18.00 horas se daban los condicionantes para visitar “La Grande de Monteferro”.

     Cuando llegué, al bajar del coche lo primero que hice fue asomarme, para confirmar mi predicción de la mañana, y no me equivoqué, solo verlo fue suficiente para que en mí creciera un optimismo casi desmedido, todos, absolutamente todos y cada uno de los condicionantes que me servían de referencia se cumplían, era tal la seguridad que tenía que volé hacia la “postura”, bendiciendo mi suerte por encontrarla libre, a mi entera disposición. Me acomodé en la zona de pesca y estuve sopesando un rato que equipo empleaba, si la caña ligera de 3.60, ideal para trabajar con “rapalas” medianas o grandes, o la caña más potente de 3.90, que permitía el empleo de señuelos más pesados, como cucharas, chivos y peces artificiales de mas de 25 gramos. El color de las aguas, obscuras pero no en exceso, la altura de la marea, y sobre todo la forma en que el mar rompía, acompasado sin estridencias, previsible, invitaban a usar la caña más ligera, así que me decidí por ella y monté un “rapala” original flotante de 18 cm., de color natural, parecía talmente una sabrosa sardina, utilicé un sedal del 26 que había comprado esa misma mañana, intentando con ello afinar lo más posible para darle más naturalidad al señuelo. La marea llevaba subiendo cerca de tres horas y la altura del agua empezaba a ser suficiente para el empleo del “rapala”, el mar “trabajaba” transversal a mí, esperaba la llegada de la cresta de la ola, para lanzar justo en su cúspide, pegando un pequeño acelerón al arrancar, normalizando después la velocidad del señuelo moviéndolo con suavidad de izquierda a derecha con ayuda de la puntera de la caña, lo importante era no recoger de una forma mecánica, trataba de darle vida. No tuve que esperar demasiado para sentir la briosa picada de una lubina mayor de un kilo, ofreciéndome un cierta resistencia, pero que saque sin mayor novedad, -como entrante no está nada mal-, pensé, continué vareando después de romper el nudo y atar de nuevo el “rapala”, más que nada por seguridad, y no tuve que esperar demasiado tiempo para tener otra picada, esta ya más fuerte, el animal me ofrecía gran resistencia, peleaba con gran viveza, el carrete amortiguaba sus tirones soltando poco a poco sedal, lo aguanté con firmeza un rato, hasta que noté menos insistencia en la lucha, entonces tiré firmemente de el hasta acercarlo a un pequeño canal situado a mi izquierda, donde lo subí a una plataforma con ayuda del empuje del mar. Pero lo peor y también lo mejor estaba por venir, después de las dos primeras capturas hubo un momento que me entraron las dudas con el grosor del sedal, pues tenía la premonición de que no estaba demasiado bien “armado” ante la picada de una gran lubina, por un momento estuve a punto de cambiar la bobina del carrete por otra que tenía un sedal de más calibre, pero por unas cosas u otras no llegué a decidirme y bien que lo lamentaría, puesto que no tardé mucho en sentir una picada descomunal de una pieza también descomunal. En un principio resistí bastante bien el arreón, el carrete estaba bien regulado amortiguando el primer fogonazo, inmediatamente desbloqueé el freno y le fui dando sedal poco a poco, intentaba cansarlo, el animal tiraba en estampida hacia fuera, quería frenarlo, pero al recordar el poco calibre del sedal no me atrevía a tirar en firme, pacientemente esperé a que mostrara algún síntoma de debilidad, al fin conseguí pararlo, pero se resistía y veía que iba costar un mundo traerlo a tierra, además aun que el mar no revolvía en exceso, lo iba arrastrando hacia las piedras de mi izquierda, no me quedó otra que tirar de el , y poco a poco conseguí obligarlo, cuando lo tenía a unos quince metros empecé a verle la cabeza y el lomo obscuro, casi negro, era impresionante aún mayor de lo que yo intuía, no lo daba dominado y el mar lo empujaba con fuerza a mi izquierda, donde ya había perdido tiempo atrás otro pescado que no era ni la mitad de grande que este. Viéndome obligado a apurar en firme y tirar fuerte, lo que yo me temía sucedió, rompió el sedal y el pescado medio aturdido por la lucha reaccionó poco a poco, alejándose con el “rapala” en la boca. Quedé tocado, mi desesperación era total, lo que podía ser un día glorioso, se convirtió en un dia con más pena que gloria, metafóricamente me sentía morir, desanimado me senté, razoné, y llegué a la conclusión de que aún había jornada por delante, aún estaba a tiempo de capturar alguna pieza más para subir mi autoestima. Sabía que la “postura” quedara tocada, que probablemente el pescado se habría “abalado”. No perdí tiempo en más lamentaciones, recogí mi equipo de pesca y me desplacé a una nueva “`postura”, unos cincuenta metros hacia el interior de la ensenada, allí monté de nuevo la caña, ya con un sedal mas grueso del 30, trabajé la nueva zona con ahínco, pero no sentí picada alguna en los primeros lances, ya el señuelo no era el mismo, utilicé un pez artificial “Mágnum” de 14 cm. que se defendía bien en aquella nueva zona, la acción de pesca era distinta, pues profundizaba mas que el que había perdido anteriormente. Aun que la marea ya había subido significativamente, era una zona muy pedregosa y había que estar muy pendiente del señuelo, que se clavaba hacia el fondo, pero levantando levemente la puntera de la caña se corregía el problema. En una de estas, cuando ya no me lo esperaba sentí una potente picada de un animal de una cierta entidad, tiraba con fuerza hacia fuera, pero conseguí frenarlo y aun que luchaba con viveza, al no tener obstáculos cerca de donde lo clavé, lo pude trabajar con esmero, esperando pacientemente a notar como se debilitaban sus embestidas, tiré de el hacia mi posición, por su tamaño no podía levantarlo, pues corría el riesgo de romper el sedal, así que lo arrimé todo lo que pude hasta que el mar me ayudó a meterlo en un pequeño canal donde, agachándome con la caña firmemente agarrada y la puntera levantada, conseguí sujetarlo por la boca, no sin antes llevarme una buena mojadura de recuerdo.

     El animal andaba por cerca de los cuatro quilos, no tenía nada que ver con el anterior que perdí, y que calculo yo que lo doblaba. Ya no valía la pena lamentarse, aquello era el colofón de una tarde agridulce de pesca. No terminaba mal del todo, tenía en el saco tres piezas de una cierta entidad, las tres sumadas pesaban tanto o más que la que perdí, a veces no se puede tener todo en la vida. 

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