sábado, 9 de febrero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: POZAS EN CENTINELA

     Julio de 1.993
 

     Aquel día del mes de julio hacia un tiempo espectacular, al llegar a la carretera de la costa observé el mar  y su estado me gustó. La marea iba retrocediendo desde hacía al menos una hora cuando bajé con el coche a la Punta Centinela. Las olas se deslizaban por encima de los bajos de piedra, rompiéndose en millones de burbujas que oxigenaban todo el contorno, aquel manto blanco inmaculado se renovaba con una cadencia regular, su sonido era de una rutina relajante, te llamaba, apetecía quedarse.

     Agarré la caña y me dispuse a estrenar un señuelo llamado Viking (más pesado y de forma más poderosa que el Rapala). Cuando caminaba entre las rocas buscando la orilla para empezar a varear, algo por inusual llamó mi atención. En unas largas, estrechas y poco profundas pozas, de las que el mar acababa de retirarse, había varios grupos de peces allí acorralados, de un tamaño similar a mis "rapalas", nadaban intranquilos de un lado a otro de las respectivas pozas, pozas que ya no podrían abandonar hasta la siguiente marea. Pronto me olvidé del tema y seguí con mi rutina que me pedía entrar en acción. Me desplacé a la derecha pues el mar no me permitía aún avanzar por el puntal. Al llegar a la zona donde comencé a "varear", aún más a mi derecha se apreciaba en lontananza el Cabo Silleiro, terminé por concentrarme en mi señuelo y este comenzó a volar por encima del agua del mar, hasta que este se estrellaba e incrustaba iniciando el viaje de regreso. Después de un buen rato lanzando y recogiendo la monotonía se iba imponiendo, y el desánimo poco a poco en mí iba creciendo, hasta que cuando menos lo esperaba llegó la tan ansiada picada. Esta fue brutal, frenando en seco aquel señuelo que entre aguas avanzaba. Sorprendido, pues ya estaba a punto de desistir, reaccioné como aquel al que abofetean para despertarlo. Rígido me quedé con la caña alzada que el brío el animal doblaba amortiguando sus brutales embates, hasta que este al faltarle las fuerzas después de una enconada lucha, se entregó. Era una lubina grande, pero le faltaba casi un kilo para llegar a robalo, con sus algo más de tres quilos mostraba ya una fuerza y una lucha importante, te obligaba a emplearte a fondo. Una vez que me hice con ella, durante un tiempo insistí con renovados bríos, la marea bajaba con rapidez y al no sentir otra picada que mis ansias renovaran, retrocedí a mi izquierda buscando el puntal ya accesible.

      Ya en el frente del puntal, enormes algas de cintas bailaban al son de las olas, pero por el centro de aquel bosque sumergido había un canal limpio por donde el mar penetraba con fuerza. Lancé mi señuelo a través de aquel camino que señalaba el infinito, cayó a lo lejos, en centro de aquel cauce enquistado entre algas que serpenteaban ondulantes al vai-ven de aquel mar acompasado. A suaves tirones nadaba deslizándose por una pista que lo traía de vuelta, al acecho y  escondidas entre las algas las lubinas observaban como lobas el nadar sinuoso y algo torpe de aquel pececillo descarado que desafiaba a su instinto depredador. Una y otra vez, aquel pez inconsciente las desafiaba y desconcertaba, hasta que se encendió la ira de una de aquellas lobas que se lanzó a por el, bastó que una de ellas se lanzara para que en las otras su instinto despertara. Perseguían mi señuelo y mordían el anzuelo, las arrastraba en frenética lucha hasta que las sacaba. Una detrás de otra mi señuelo atacaban, unas desaparecían y las otras no entendían, su voracidad las confundía mientras yo entendía el porqué de la presencia en las pozas de unos peces que escaparon a sus ansias depredadoras. Me encelé de tal manera que cometí un error de principiante. Después de sacar varias lubinas, el sedal al estirar fue apretando el nudo del lazo que sujetaba el señuelo hasta que se debilitó, por eso durante la lucha con la sexta lubina señalada este rompió, la lubina herida por el señuelo que llevaba clavado en la boca, comenzó una loca huida arrastrando consigo a todas las demás, a partir de ahí se estropeo lo que parecía un extraordinario día de pesca. "Cuando se está pescando animales de cierta entidad se debe tener la sangre fría de parar un momento y volver anudar el señuelo".

      Afortunadamente aquel día quedó grabado en mi memoria para siempre, entre otras cosas, por la rotura del nudo del sedal y por los peces acorralados en las pozas, a partir de ahí esto fue una pista importante en el devenir de futuras experiencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario