viernes, 29 de noviembre de 2013

Relatos de un pescador afortunado: LEYENDO EL MAR



                                                             LEYENDO EL MAR
                                                                   2-03-2004

     
       La placidez de aquel día de Marzo se mostraba con todo  resplandor, el sol brillaba con calidez e invitaba ha hacer una salida a un lugar tan paradisíaco como Monteferro. La marea subía con rapidez y prácticamente era pleamar, las olas barrían con fuerza y un manto blanco de agua muy oxigenada invitaba a tentar la suerte de la pesca. El sol a lo largo de la jornada había caldeado algo el agua mas superficial, los animales al igual que nosotros buscaban la agradable sensación del calor que desprendían los rayos solares, deduje que si alguna lubina se acercaba a tierra era por que los condicionantes eran los  ideales, sobre todo la hora, pues el sol llevaba dos horas en el punto mas álgido calentando el día que a pesar de todo no dejaba de ser invierno. La “Grande de Monteferro” está orientada de tal forma que su emplazamiento es ideal para recibir esta circunstancia tal favorable para la pesca en este tiempo.

     Con la esperanza de alguna captura importante en tamaño monté la caña mas potente, tal como requería la fuerza del mar, este revolvía de tal forma que arrastraba a los “rapalas”, dificultando la recogida y trabajo de estos artificiales, así que me decidí por montar un “chivo” Alfonso de 50 gramos, que con un brillante cromado relucía como un diamante al contacto con los rayos del sol. Empecé “vareando” de frente, lanzando hacia Las Estelas, el mar al barrer con tanta fuerza arrastraba mi señuelo hacia la izquierda de donde yo me encontraba, y no lo podía hacer “trabajar” con comodidad. Fui lanzando una y otra vez, cada vez mas a mi izquierda, hasta que al final dirigía los lances enfilándolos en paralelo y pegado a la costa rocosa donde gracias a la pleamar había un calado de dos a cuatro metros, con un fondo en parte formado por losas planas de piedra, recogía lentamente y contra corriente, y en una de estas tuve una picada bestial, multiplicada por el empleo de trenzado como sedal, -menos mal que el carrete estaba muy bien regulado-, pensé, el animal comenzó a cabecear de una forma salvaje, arrancaba el sedal del carrete por metros amortiguando sus embestidas, no podía tenerlo así mucho tiempo, pues corría el riesgo de que el mar me lo envolviera por encima de las piedras y si rozaba el sedal lo perdía, así que apreté el regulador del carrete y tiré de el con fuerza, el esfuerzo era doble pues el mar trabajaba en mi contra. Jugaba con la ventaja de estar muy bien armado, tanto la caña como el sedal respondían, pero los tirones al no estirar el trenzado resultaban muy duros y secos, haciendo que mis brazos se resintieran por el esfuerzo para arrimarlo a tierra, hasta que por fin pude hacerme con el.

        Era un precioso robalo de más de cinco quilos de peso, recuerdo que cuando lo estaba desclavando del anzuelo que montaba el señuelo sonó mi celular, era José mi vecino que me llamaba para ir a pescar, le contesté que ya estaba pescando y nunca mejor dicho pues aun tenía el robalo en la mano.

      Llegó disparado, en menos de media hora ya estaba pescando mano a mano conmigo, pero a pesar de intentarlo denodadamente, no sentimos ya ninguna otra picada.  La “Grande de Monteferro” tan denostada por la mayoría de los pescadores, seguía en complicidad conmigo, por fortuna yo la entendía. Solo hay que saber “leerla”.

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