martes, 29 de enero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: VORÁGINE EN SAMIL


VORAGINE EN SAMIL
1-11-1994
                                                                                                                                                                                             
     Durante todo el mes de octubre, noviembre y hasta principios de diciembre de aquel glorioso año de l994, siempre que el mar reunía las condiciones adecuadas, siempre pescabas, con el transcurso de los años no volví a ver nada igual, tampoco el mar volvió a tener el mismo comportamiento, entiendo que a partir de ahí empezó un cambio a peor, que con el paso de los años se acentuó. Esta observación es compartida por la mayoría de los pescadores más veteranos, y por el gremio de los surfistas, que en aquel año se contaban con los dedos de una mano sus practicantes, eran pocos y disponían de mas días para surfear, e incluso en aquellos tiempos, pescadores y surfistas compartían la playa de Patos sin problemas de espacio. Con el paso de los años disminuyeron los días de olas, aumentando de tal forma el número de practicantes de surf, que ya se hizo imposible la práctica de la pesca deportiva.

     Pero retrotrayéndonos a aquel año, recuerdo que la tarde del día 31 de Octubre, dando un paseo por Samil, fui testigo de algo que me encendió la chispa para que al día siguiente madrugara, acercándome hasta allí para hacer una pescata memorable: Un veterano pescador ya jubilado, daba rienda suelta a su afición pescando en la parte mas oriental de la playa, lo hacía a fondo con bicho, el mar se prestaba a ello, pues revolvía con su fuerza todo el fondo del playal, sacando toda clase de bichería de sus escondrijos, dándose las lubinas un festín como pude comprobar por las picadas casi continuas que tenía el citado pescador. El hombre no era muy hábil, pero aún así y todo, había conseguido siete lubinas en un par de horas pescando, lubinas de un tamaño similar a las que yo llevaba un tiempo pescando: Primero en Sayanes, luego en Patos, llevando una semana con la pista perdida al pescado, estaba claro que se habían asentado en aquella zona, y como al día siguiente era festivo tocaba madrugar.

     Al día siguiente cuando llegué aún era noche, pero pronto empezó la primera claridad del día, la playa estaba desierta, imponía tal magnitud con un silencio solo roto por el estruendo de las olas. Como ya había salido de casa completamente pertrechado para la ocasión, en un “plis plas” ya estaba “vareando” con mi Toby de 25 gramos, que lanzaba con toda mi potencia, dejándola llegar al fondo de arena, para arrastrarla al principio para revolverlo, simulando la salida de un bolo enterrado, cuando el señuelo salía disparado con su nadar sinuoso era atacado de inmediato por la voracidad del cardumen de lubinas. Estaban esperando el nacimiento del día para comenzar una vorágine por su instinto salvaje, picaban rabiosas, con furia, desde un principio no me daban tregua, fui introduciendo lubinas en la red una detrás de otra, cuando complete la saca fui a vaciarla a la bandeja del coche dándome toda la prisa que podía, no había testigos, mejor. Cuando volví ya no sentí picada alguna donde minutos antes parecía tenerlas todas haciendo cola. La marea estaba bajando, era normal que el pescado se moviera, me desplacé unos doscientos metros a mi izquierda, con la esperanza de que el mar me permitiera cruzar a una gran piedra, que con la marea baja quedaba unida a la playa por una especie de tómbolo de arena, tuve suerte, con las botas de goma conseguí acceder a ella. Primero “vareè” por el frente de la piedra y a su izquierda, y no sintiendo picada alguna, acabé desplazándome a la derecha y empecé a lanzar en el sentido de las crestas de las olas, en paralelo a estas, y ahí sí, empecé de nuevo a clavar una detrás de otra hasta completar de nuevo la saca de red. A esa altura de la mañana ya empezaban a llegar los primeros visitantes a la playa, como el pescado comenzaba a picar de una forma mas espaciada, y el cansancio hacía mella en mí, opté por recoger y trasladarme con el pescado al coche para no alarmar.

     Como aún era temprano, me trasladé a la playa de Los Olmos, hacía el interior de la ría. No había un alma, el mar pintaba bien  y me tentó, bajé a hacer una pequeña prueba por si acaso y vaya si resultó. Empecé a varear desde una piedra a la que se podía acceder por la altura de la marea, que ya bajaba con fuerza, lanzaba por todo el frente, el mar de fondo daba una tonalidad obscura al agua ayudando al camuflaje del “rapala”, opción que consideré por el calado que allí había. No me equivoqué, una caw down, especial de once centímetros con la barriga naranja, ya me había dado muy buen resultado en zonas de calado y aguas tomadas. En el primer lance ya tuve una picada que no tenia nada que ver con las anteriores, el animal tiraba con fuerza y me obligó después de clavarlo a soltar el freno para trabajarlo con comodidad y esmero. Como el frente estaba libre de obstáculos, la dejaba correr de derecha a izquierda y viceversa, hasta que el animal perdía fuelle, no era un “robalo”, pero triplicaba en peso a las de primera hora, conseguí hacerme con cinco piezas que casi llegaban a los diez quilos, aquel día volví a señalar tres piezas más por la tarde, y en días posteriores seguí pescando en aquella zona y en Samil, pero ya en menos cantidad, hasta que a mediados de Noviembre se acabó el “chollo”. Primero por que disminuía el número de capturas, y después porque alguien se encargó de correr la voz y al final había más pescadores que lubinas.

     Yo tuve la inmensa fortuna de aprovechar los mejores días, y al final agradecí que el pescado se fuera de allí, pues acabé completamente saturado ya sin ganas de pescar por una temporada.    

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