viernes, 26 de julio de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL ROBALO Y EL CABEZÓN

                                                 EL ROBALO Y EL CABEZÓN
                                                                 24-10-01
                                                               
     Llevaba unos días el mar prácticamente en calma, los días de vacaciones iban pasando y no conseguía pasar de “pescatas” menores, nada digno de reseñar, pero la víspera de este día en que cambiaba la luna de ciclo, el mar comenzó a moverse, me planteé que merecería la pena madrugar, la marea también ayudaba. Como el mar trabajaba de la forma en que la “Grande de Monteferro” se mostraba más agradecida, madrugué y me encaminé a ella.

     Al llegar todavía era noche cerrada, esperé a la primera claridad del día para bajar con tiento de no tropezar, me acomodé y monté la caña más ligera, las condiciones del mar así lo requerían, comencé lanzando con un Mágnum de catorce cm. que se adaptaba perfectamente al calado de la zona, los lances eran largos pues la brisa empujaba de espaldas, pero fue pasando el tiempo y las lubinas no daban señales de vida. Recorrí la zona de derecha a izquierda trabajándola a conciencia, fui cambiando “rapalas”, buscando diferentes acciones de pesca, para ver si con alguna de ellas incitaba a algún animal, me costaba creer que no hubiera lubinas en aquel lugar. El día ya había aclarado en su totalidad, estaba a punto de desistir, cuando regresé al primer punto donde empezara a “varear”. Recuerdo que armé un “Japonés” amarillo, en parte por desesperación y en parte por la intención de sobrepasar un pequeño canal entre piedras que con el rapala no alcanzaba. Al lanzar con el nuevo señuelo llegaba con holgura, la marea todavía estaba subiendo, prácticamente era pleamar de una marea llamada muerta –era luna menguante. La forma en que rompía el mar en ese punto me gustaba, por eso insistí una y otra vez hasta que en uno de los lances se produjo la picada tan esperada, fue bestial y a mitad de recorrido. El animal lo tenía relativamente cerca, a unos veinte metros, el sedal corría suavemente saliendo de la bobina  y amortiguando el tirón salvaje hacia fuera, tenía que frenarlo, pues se dirigía hacia las piedras del canal y si llegaba allí la captura del animal se me iba a complicar. Tenía montada una bobina con un sedal del treinta, con margen suficiente para tirar de él, así que apreté el regulador del freno y conseguí pararlo antes de llegar a la zona de rocas, allí cabeceó; con la puntera de la caña levantada le obligué a boquear fuera del agua para “ahogarlo”, rebajándole el ímpetu de lucha. No tardó en entregarse, conseguí enfilarlo hasta mi posición, la inercia del agua al remontar y un pequeño tirón lo dejaron en seco sobre la plataforma que lavaba el mar a mis pies, teniendo sólo que agacharme para llevarlo piedra arriba para disfrutar del momento, era un hermoso espécimen de más de cuatro kilos.

    A mi espalda, arriba, donde tenía el coche aparcado, tenía un testigo, un pescador rezagado y viejo conocido, por lo visto llevaba un rato observando mi peripecia con el robalo. Era el “cabezón”, nos saludamos sin la efusión de los viejos tiempos, (ver el cabezón y el cardumen) recogí mis cosas y me fui, su compañía no me resultaba grata. Una de mis máximas es, si no estoy a gusto no pesco y me fui con la fortuna de haber colmado mis espectativas y con la sensación de haber vivido un momento mágico no exento de un pequeño desencanto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario