viernes, 13 de junio de 2014

Relatos de un pescador afortunado: RIELÓ LA LUNA

                                                            RIELÓ LA LUNA
                                                                 27-05-2010

     Aquel día de mayo como otros madrugué, la noche era menos noche pues la luna en su apogeo la inundaba de una tenue claridad que me guiaba a través de una penumbra en soledad que alimentaba mi espíritu haciéndome pensar. Buscaba un camino aún por determinar, como hipnotizado fui por aquel reguero que iluminaba el camino a seguir. La luna casi en el horizonte hacia el sur me arrastraba y yo la seguí, siempre fija en el cardinal iba bajando a medida que me iba acercando, temía su desaparición antes de llegar, pues los rodeos del camino, hacia el norte me hacían girar perdiéndola y recuperándola al rodeo acabar. Mientras, a mi espalda la claridad del día renacía y la pista se moría.  Terminando la tierra a mis pies, claramente vi lo que ella me quería decir. Después del último rodeo la luna reapareció con todo esplendor antes de sumergirse en el océano que irremediablemente la llamaba, detuvo su marcha un instante suspendida sobre aquel mágico escenario, y rielando su luz sobre el mar el resplandor me mostró donde. El mar agitado era señalado por la luna y un mosaico de colores trascendían hasta mi, encendiendo mi sensibilidad con una pasión que sobrecogía mi ánimo hasta hacerme comprender el porqué de mi presencia allí.

     La madre naturaleza tenía a bien pagarme tributo por haberla comprendido. Lancé el señuelo y a través del reguero de luz voló, se estrelló en el agua y al tirar de el se incrustó sumergiéndose. Como una marioneta pendiente del hilo que lo sustentaba adquirió vida, con aquel nadar sinuoso recorrió todo a lo largo el canal llamando la atención de un grupo de depredadoras del amanecer que se lanzaron a por el, pero antes de darle alcance, este desapareció. Al acecho y esperando desconcertadas allí continuaban, cuando a lo lejos vieron venir hacia ellas con decisión y sin temor aparente de nuevo mi señuelo, salieron a su encuentro, la desconfianza en ellas anidó alejándose en busca de un bocado que se comportara como su instinto les decía. Yo que ignoraba lo acontecido a tientas continuaba buscando, no tuve que esperar mucho, pues un animal de gran envergadura exploraba el maritorio (territorio) en busca de caza, vio el señuelo huir después de escuchar su golpeo al saltar y acelerar. Hambriento por una noche de vigilia se dispuso a atacar aquel señuelo con aspecto de lanzón huidizo, fue a por él como si le fuera la vida en ello, aceleró arqueando su cuerpo empujado por las aletas y fruto de aquella endiablada rapidez alcanzó a su presa por la cola, tragándola. Desconcertado el pez sintió un tirón en su boca que le obligaba a cambiar de dirección, nunca antes aquel animal salvaje, se había sentido obligado por nada ni por nadie, se enfureció y comenzó una lucha frenética por liberarse.

     Transmitió su fuerza brutal a través del sedal, la caña amortiguó su salvaje embate y el carrete ayudó liberando poco a poco sedal de la bobina. A partir de aquí mi pericia se puso a prueba, la tensión brutal y salvaje se transmitió de inmediato a mi brazo derecho que recogió aquella furia desmedida que me puso en tensión, reaccioné con todo mi cuerpo presa de un instinto ancestral que anida en mi espíritu desde la noche de los tiempos. Ya estoy en una dimensión diferente, ya no existe otra cosa a mí alrededor que aquello que me substrae  de tal forma que me olvido de todo y de todos, solo soy yo y aquel endiablado pez que lucha de una forma salvaje, pues su instinto le dice que le va la vida en ello. La fuerza de las arremetidas eran tan poderosas que me obligaron a cambiar de posición, para poner a salvo la trayectoria del sedal. Saltaba y me movía por las piedras prácticamente sin verlas, hasta que por fin empezaron a menguar sus fuerzas y poco a poco parecía entregarse, pero la resaca de una gran ola lo absorbió y de nuevo mandó un arreón que me obligó a soltar sedal girando hacia atrás la manivela, la tensión llegó a ser brutal más por la absorción de la ola que por la fuerza del animal que al final ya apenas se movía. El lomo del pez asomaba entre las agitadas aguas, contrastando su cuerpo oscuro con el agua blanca, oxigenada al estrellarse contra las rocas. Los escarceos del animal eran como los estertores de una vida que entregaba poco a poco hasta abandonar la lucha, había que bajar a por él. El trofeo quedó al alcance de mi mano y al asirlo por las agallas un escalofrío de satisfacción recorrió todo mi cuerpo, lanzando a continuación un grito que me liberó de la adrenalina que amenazaba con estallar y reventar por todos los poros de mi piel. Continuaba siendo un pescador afortunado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario