jueves, 17 de enero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: EL FALSO ROBALO



1987

      En aquel verano  ya estaba poseído por una especie de encantamiento del que no me podía desconectar. La pesca para mí era ya como una droga que comenzaba a alimentar una pasión que empezaba a obsesionarme, menos mal que nunca me dejé cegar por ello, pues tenía claro que en la vida de toda persona hay siempre que priorizar, y que todo aquello estaba muy bien, pero en su justa medida estaba mejor. Cómo no podía disponer del tiempo a mi antojo, aprovechaba momentos sueltos moviéndome a deshora, y casi siempre empleaba más tiempo en desplazarme y regresar, que el tiempo efectivo de pesca. Todavía no entendía ni el cuando ni el como ni falta que me hacía, lo que iba conociendo y descubriendo lo hacía tan poco a poco que nunca me saturaba, ni con su práctica ni con los lugares que visitaba, todos ellos enclaves de una extraordinaria belleza. Recuerdo que en un principio, pescar lo que se dice pescar poco pescaba, pero disfrutar disfrutaba muchísimo, por veces quedaba extasiado con lo que veía, descubrí lugares de ensueño, pequeños recovecos escondidos que prácticamente pasaban desapercibidos para la gran mayoría, y que además dependiendo del día y de la hora de la visita todo resultaba diferente, cómo si hubieras viajado a otro lugar, y es que además de una forma constante y progresiva todo se iba transformando y cambiando con el tiempo justo para percibirlo y asimilarlo, gracias a esa sensibilidad especial que casi todos nosotros tenemos pero que muy pocos nos paramos a conocer, yo aprendí a integrarme y a sentirme parte de aquel sueño para los sentidos.

          Recuerdo que una mañana de sábado en aquel verano, cuando procedente de Vigo me dirigía a Cabo Home, al pasar por Donón y ver el mar, algo inefable me hizo sentir la necesidad de ir a pescar. A pesar del muy poco tiempo disponible, sentía que algo inexplicable me empujaba a ir, paré en el pueblo, y en la tienda compré unos calamares congelados para utilizar como cebo. Al llegar al punto donde estábamos acampados, vacié el coche todo lo aprisa posible y salí disparado a pescar, con la advertencia de que disponía de menos de una hora pues ya casi era la hora de comer, a pesar de todo algo me empujaba a intentarlo. Caminé veinte minutos hasta llegar al punto de pesca, necesitaba de otros veinte para volver y por lo tanto disponía de menos de veinte para pescar. No parecía razonable seguir aquel impulso, pero la pesca es así, cuando uno tiene convencimiento y fe casi siempre encuentra lo que busca.
   
     Después de cruzar a toda prisa por aquel monte bajo lleno de tojos, y pequeños arbustos retorcidos y aplanados por efecto del fuerte viento que allí reinaba en los duros meses del invierno, llegué al acantilado, rodeándolo bajé hasta una plataforma que me ofrecía cierta comodidad y seguridad. El mar de fondo trabajaba constante y con plena armonía, un manto de agua blanca y muy oxigenada se extendía a mis pies, el sol casi en el cenit calentaba pero no abrasaba, era un placer para los sentidos estar allí, aunque de vez en cuando el mar me advertía de su peligrosidad salpicándome. Monté la potente caña de cinco metros y encarné con un pequeño pero entero calamar, disimulando el anzuelo entre sus tentáculos me dispuse a hacer un largo y potente lance, consiguiendo colocar mi aparejo en la zona apuntada. Incrusté el mango de aquel “cañón” en una grieta y apoyándolo sobre una piedra me parapeté esperando la tan ansiada picada. Fueron pasando los minutos y mi amigo el calamar seguía allí entero, a nadie parecía interesarle, yo tenía el convencimiento de que allí tenía que haber alguna lubina pues las condiciones eran óptimas, pero el tiempo pasaba inexorable y tenía que regresar al camping. No me quedaba otra que recoger, y lo hice, pero remoloneando arrastré el plomo lentamente por el fondo arenoso, y cuando daba por frustrado mi intento, de repente una bestial picada casi me arranca la caña de los brazos, era la primera vez en mi vida de pescador que un pez de aquella entidad picaba en mi anzuelo, mi falta de pericia me hizo sudar. Aquella caña más que una caña era un “cañón”, pesaba como una condenada, entre el peso de la caña y el brío del pez que tiraba con una fuerza para mí aún desacostumbrada hicieron que me tuviera que emplear a fondo, la lucha del animal enardecía mi ánimo mientras yo enarbolaba aquella caña que doblaba la puntera amortiguando los tirones salvajes de mi presa, que poco a poco agotada por el esfuerzo, se iba entregando a medida que la iba arrimando a tierra. El mar barría y golpeaba continuamente sobre las piedras, al estrellarse y romper el ruido ahogaba mi respiración agitada por el esfuerzo, al ver asomar aquel animal el mar parecía querérmelo arrancar, zapateándolo en la rompiente de una manera brutal, tiré de el con fuerza arrastrándolo piedra arriba por donde el pez se deslizó colgando de aquel cañón que levanté a pulso hasta ponerlo a mi alcance.

     Estaba en una nube, mi satisfacción era enorme, de aquella para mí era algo extraordinariamente gratificante cumplir un sueño como aquel, estaba convencido de que aquel pez era mi primer robalo, pero aunque mi alegría era inmensa más tarde sufriría un pequeño desengaño. Recogí mi robalo y con la caña al hombro volé hasta el camping, donde el pez levantó la natural expectación sobre todo entre los más jóvenes, me fotografiaron junto a mi amigo Benito para inmortalizar el momento, pero cuando lo pesamos poco más de tres kilos alcanzó. Un sentimiento contradictorio me quitó parte de la euforia que traía, pues de aquella había una norma no escrita entre los pescadores que si una lubina no superaba los cuatro quilos no era robalo, y parte de mi sueño se esfumó en aquel instante y aún tuve que esperar varios años hasta romper aquella barrera. Lo curioso fue que una vez que la rompí los robalos empezaron a llegar uno detrás de otro hasta convertirme en un pescador afortunado.

1 comentario:

  1. Muy afortunado en este dia de pesca,pero mas que la pericia del pescador, parece el suicidio de una lubina.
    Muy bueno

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