martes, 15 de enero de 2013

Relatos de un pescador afortunado: LA PESCA


     La pesca, como práctica humana para conseguir proteínas para su alimentación, se remonta a los albores de los tiempos. Nuestros ancestros los cromañones y nuestros primos los neandertales nos dejaron vestigios que corroboran la importancia que la pesca y el marisqueo tenían en su alimentación. A ellos, al igual que a nosotros les gustaba pescar, e igual que algunos de nosotros, pescaban, aunque ellos más que por placer era por necesidad. En aquellos tiempos las lubinas, igual que todo el pescado en general, abundaban, lo que fallaba era la tecnología pero no el ingenio. La capacidad del intelecto de aquellos hombres para pensar y desarrollar ideas era la misma que la nuestra en la actualidad, el paso de generaciones y más generaciones llevó a acumular experiencias y conocimientos hasta las generaciones actuales. Nosotros recogemos y desarrollamos lo que ellos sembraron, y sobrevivimos por la transmisión social de la gran información acumulada. Sólo hay que ponerse en la piel de nuestros antepasados para imaginar cómo se las ingeniaban para capturar peces, para su, seguramente, poco abundante y nada periódica alimentación. Jugaban con la ventaja de la abundancia del pescado, pero este era escurridizo y poco visible, así que agudizando el ingenio construían trampas aprovechando las subidas y bajadas de las mareas. Aprovechaban recovecos naturales que, al quedar en seco, servían de eventuales pesqueras, que ellos profundizaban y ampliaban moviendo piedras de cierto tamaño, consiguiendo que algunos peces quedaran aislados en su interior, aunque de vez en cuando tenían que reconstruirlas porque la fuerza del mar les tiraba las piedras que conformaban las pesqueras. En los estuarios de los ríos como el Lagares o el Miñor, colocaban aparejos trenzados como si fuera una red, hechos con ramas, varas, mimbres, etc., para, aprovechando la bajada de la marea, atrapar a los peces que enmallaban en sus trampas: mújeles (lisas) sobre todo y por qué no, alguna lubina.
     
       Por suerte eso ya pasó, y gracias a los medios de que disponemos actualmente, el capturar un pez para los pescadores deportivos es más una diversión que un trabajo. Pero en nuestra contra va la presión que actualmente desarrollamos sobre el medio ambiente y la naturaleza. El impacto está siendo tan grande que lo que necesitó miles y miles de años para ser una fuente de recursos al servicio de la humanidad, se agota en unos decenios y ya sólo nos queda a algunos el consuelo de los recuerdos; “cualquier tiempo pasado fue mejor”, esto que parece una perogrullada en este caso no lo es. El paso del tiempo alambica las oportunidades de tal forma que solo los más pacientes pueden revivir a cuentagotas aquellas experiencias tan gratificantes, pero para algunos románticos como yo sigue mereciendo la pena. Estoy hablando de la pesca deportiva, pero el mismo razonamiento vale para la pesca extractiva en general. A partir de este replanteamiento la caña la he combinado con la pluma (se disfruta dos veces).
      
       Los que llevamos más de una década visitando asiduamente el mar para practicar “spinning”, sabemos que nunca hay dos días iguales, que las circunstancias cambian incluso de un momento para otro. Los condicionantes son tantos y tan variados que cada día es una aventura, la inseguridad del resultado final es una caja de sorpresas, la mayoría de los días no son productivos en capturas, pero algunos de estos si no vas obsesionado con pescar como sea, producen tal ensimismamiento e integración con la práctica y conocimiento del lugar visitado, que al final das todo por bueno y arraiga en ti la necesidad de volver una y otra vez hasta entender el cuándo y cómo en este tipo de pesca. Cuando consigues comprender ese cuándo y ese cómo, las frustraciones disminuyen en consonancia con las satisfacciones, esto no quiere decir que vayas a pescar siempre, pero sí que vas a ganar en confianza y, llegado a este punto, el premio no tarda en aparecer. Una pescata siempre hace olvidar cien fracasos, lo importante es aprovechar la oportunidad cuando se presenta y no nos sorprenda mal armados. De la gloria al fracaso no hay más que un exceso de confianza, todos nuestros esfuerzos (nunca mejor dicho) dependen de un hilo. Tampoco hay que desesperar si alguna vez perdemos; si hacemos las cosas bien, el balance siempre será positivo. Ahora mismo disfruto con cada pez que capturo infinitamente más que antes, pues solo pesco escogiendo presas de cierto tamaño; los especímenes inmaduros ya no causan en mí ninguna emoción, y sí la satisfacción de devolverlos a la vida; ya he cumplido con creces mi cupo, y aunque la presión que yo he ejercido ha sido mínima proporcionalmente sobre el mar, yo también me siento responsable en todas y cada una de sus vertientes. Esto no quiere decir que reniegue de mis experiencias como pescador, pues en los momentos que ejercí sin auto limitarme, no fui consciente del futuro de miseria que a las generaciones venideras les deparará nuestro maltratado amigo el mar.

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