miércoles, 1 de mayo de 2013

NUESTROS DERECHOS NO CAEN DEL CIELO


     A veces da coraje la forma de enjuiciar la labor de los sindicatos, cuando no son más que organizaciones que emanan de la voluntad de los trabajadores. Nosotros los trabajadores somos los que hacemos que un sindicato nos sirva o nos deje de servir. Lo cierto es que necesitamos organizarnos si queremos tener unos mínimos derechos que nos amparen frente a los abusos de la clase empresarial. Sin organización y sin solidaridad, la clase trabajadora siempre es presa fácil del poder económico.

     Lo triste es que a estas alturas todavía hay trabajadores que creen que los derechos que ahora mismo tienen y que empiezan a perder, están ahí porque han caído del cielo: 40 o menos horas semanales, un mes de vacaciones, baja retribuida por enfermedad o por parto, indemnización por despido, cobro del paro al ser despedido y así mil y un derechos que varias generaciones de trabajadores han conseguido a base de lucha y sufrimiento. Los sindicatos siempre fueron el motor reivindicativo de los trabajadores y sin ellos, muchos de estos derechos nunca habrían existido. Muchos sindicalistas, encarnación de todos los males para algunos, y muchos trabajadores sin filiación sindical, nos han dado su tiempo e incluso su vida (si, he dicho su vida y a la historia me remito) en huelgas y manifestaciones desde hace más de 200 años, para conseguir lo que hasta ahora todos disfrutamos. ¿O es que creemos que todos nuestros derechos nos los han dado voluntariamente los empresarios por su amor al prójimo?

     Muchos dicen que las huelgas y manifestaciones no conducen a nada, cuando se tiene esa mentalidad siempre se hunde uno en la fatalidad, menos mal que nuestros bisabuelos y tatarabuelos a principios de siglo XIX le echaron un par de huevos, cuando por ejemplo: los sindicatos y trabajadores mineros salieron a pedir que los niños  no debían bajar a las minas a trabajar, o que las jornadas diarias no podían exceder de 15 horas. Algunos fatalistas como los de ahora decían, que así había sido siempre y que no se iba a cambiar nada. Por suerte hubo y hay personas que no se resignan y luchan y se exponen protestando, pues es la única forma de avanzar en la conquista y conservación de nuestros derechos.

     Es probable que existan sindicalistas que aprovechan la tesitura para no dar palo al agua, si es así debemos denunciarlos y expulsarlos de nuestras organizaciones sindicales. Ahora más que nunca serán nuestro mejor amparo y defensa si hacemos buen uso de ellas. Los jóvenes y no tan jóvenes tienen que mojarse y comprometerse, tienen que coger el testigo haciendo la limpieza que haya que hacerse. A los acomodados,  hay que ponerles las pilas o enseñarles la puerta de salida, los sindicatos son herramientas de trabajo y no un lugar para ir a sestear, o cuando no una plataforma para medrar a cuenta de los derechos  de los demás.

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